Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

39
La nueva búsqueda

Derlynë tenía ahora doble trabajo. Además de traducir los textos y dibujos de aquel libro, también era suya la tarea de escribir las páginas sobre las tablas enceradas, no solamente para que Hallednel pudiera leerlas, sino para que Aristel, e incluso Avanney en contadas ocasiones, también pudieran hacerlo. Estuvieron un par de días indagando en las primeras hojas del libro y si algo aprendieron fue que los asuntos de la magia élfica no se aprenden rápido. Requería de un aprendizaje largo y tranquilo. Para aprender a usar su magia natural, un elfo debía de estar equilibrado mental y físicamente con su entorno, y debía canalizar su energía interior de una forma muy específica. Al mismo tiempo, se requería una concentración mental máxima en la ejecución del sortilegio en cuestión. Era realmente una tarea difícil que requería mucha dedicación y tiempo. Tiempo. Un tiempo del que no disponían: la oscura mancha continuaba haciendo estragos en Bernarith’lea, el marchitamiento de la vegetación era cada vez más evidente y la tierra se agrietaba y oscurecía al mismo ritmo que lo hacían los corazones de los elfos, a pesar de los esfuerzos de la bardo que seguía entonando canciones con su arpa y contando historias a la Comunidad. Desde luego que la visión del Arbgalen cada vez más seco y sus hojas, la mayoría ya en el suelo, no era nada agradable para unos elfos que lo habían visto hermoso y floreciente durante siglos.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.

—¡Tiene que haber algo que pueda servirnos, Derlynë! —exclamó Aristel—. ¿Has mirado bien en todo el Libro?
Derlynë estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en un árbol. Tenía abierto el Libro por una página bastante avanzada y lo apoyaba sobre sus piernas entrecruzadas.
—El libro es enorme, Aristel, y no he podido hojearlo todo —dijo con resignación—. Pero sí que he encontrado algo de interés. Aquí se explica claramente cómo eliminar maldiciones de este tipo —aclaró ella—, pero para poder realizarlo, primero se deben aprender los principios básicos de la Magia Natural. Ya se lo he redactado todo a Hallednel para que intente estudiarlo, pero no es nada fácil.
—Hablando del Visionario, ¿sabes tú dónde está? —preguntó el druida—. Llevo todo el día buscándole.
—Se ha ido. Ha cogido las tablas enceradas que le escribí.
—¿Y puede saberse adónde?
—No me lo ha dicho —respondió Derlynë—. Sólo sé que se ha ido en busca de tranquilidad. Quiere estar solo para poder estudiar con profundidad todos los principios de la Magia Natural.
—¿Él sólo? ¡Por Arkalath! ¡Pero si este bosque está transitado por orcos! ¿Cómo podrá defenderse un elfo invidente si se cruza con aquellas alimañas?
—Tu corazón puede descansar tranquilo, druida. Te aseguro que puede defenderse bien.
—Entiendo. —Aristel se llevó la mano a su poblada barba y le preguntó—: ¿Y tú? ¿No has probado de realizar alguno de esos sortilegios por tu cuenta?
—Lo he probado, pero no he tenido éxito. Yo tengo muchas menos posibilidades de realizarlos que Hallednel —le respondió—. Aunque posea yo ahora la Túnica del Líder Espiritual de la Comunidad, sigo siendo únicamente un discípulo. La Túnica me permite leer el Libro, nada más.
—Entonces dependemos únicamente de los progresos del Visionario —razonó el druida.
—Así es —reconoció Derlynë—. Yo únicamente debería aprender de la sabiduría de Hallednel. Es él el único que posee la energía vital del anterior Líder Espiritual y por tanto es el más capacitado para ejecutar cualquier sortilegio. Así lo dice el Libro, y así debe ser.
Pero aquellas palabras no parecieron desanimar del todo a Aristel.
—De todos modos, he estado dándole vueltas y puede que haya otra opción.
—¿Otra? —preguntó ella— ¿Cuál?
—Resumiendo, podríamos decir que la magia puede invocarse por medio de un mago o hechicero, o también por medio de un objeto encantado.
—Imagino. El ejemplo más claro es esta Túnica. Sin entender yo absolutamente nada de la Magia Natural, por el simple hecho de llevarla puesta se me permite leer el Libro —intuyó Derlynë.
—¡Exactamente! Y lo que creo es que existe la posibilidad de que en el libro aparezca algún objeto mágico, como la Túnica que posees, que esté en vuestras pertenencias y que, por supuesto no sepáis de su poder.
—¿Un objeto mágico que pueda eliminar esta maldición? —preguntó ella—. Sería algo muy casual, ¿no crees?
—Con un libro tan extenso, lo casual sería que no hablara de objetos de ese tipo. Lo realmente casual es que ese objeto estuviese en vuestro poder. Puedo asegurarte que en la antigüedad se realizaron multitud de objetos mágicos y no me extrañaría en absoluto que encontrases alguna referencia en el Libro de algún objeto mágico que eliminara maldiciones. ¿Y si tuviéramos la suerte de tenerlo aquí mismo?

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

Elareth observaba atentamente los entrenamientos que Endegal y Fëledar estaban realizando mientras ella recogía un cubo más de agua de aquel pozo. El pozo en cuestión estaba bastante alejado de lo que en su día fue el centro neurálgico de la Comunidad. De hecho, las runas de contención que Aristel había ordenado trazar, hacía ya tres semanas atrás, quedaban muy cerca del pozo, aunque aparentemente, éste se había quedado fuera de la zona maldita. Todos bebían de aquel pozo con cierta tranquilidad, pues Aristel se tomaba la molestia todos los días de recoger una muestra de esta agua. La ponía en un recipiente de cristal transparente y luego le añadía un extraño polvo blanco agitándolo con una especie de cuchara hasta disolverlo del todo. Según el druida, si el agua no cambiaba a un color amarillento, era porque no estaba contaminada y era perfectamente bebible. Afortunadamente, hasta la fecha todas las comprobaciones que había realizado el druida daban un resultado idéntico: el agua resultante era cristalina, y por tanto, potable.

—La tienes atrapada, ¿eh? —le dijo el Maestro de Armas a Endegal mientras se secaba el sudor de su frente.
—¿A qué te refieres? —preguntó jadeante el medio elfo. Desde que Endegal regresó a Bernarith’lea que todos los días dedicaban unas seis horas de intensos combates de entrenamiento. A veces otros elfos intervenían en las distintas peleas, pero cuando más expectación había era cuando Fëledar y Endegal se batían entre ellos. Ahora se encontraban en un descanso.
—A tu amiga me refiero. No te quita ojo.
—¿Elareth? —preguntó con cierto aire de indiferencia.
—¡Pues claro que me refiero a Elareth! —exclamó Fëledar—. ¿Qué otra muchacha se pasea constantemente por nuestro campo de entrenamiento todos los días?
—Hombre, Avanney se deja caer por aquí de vez en cuando —dijo Endegal.
—¡Olvídate de la bardo, amigo! —aconsejó el Maestro de Armas—. Elareth está enamorada de ti, te lo aseguro.
—¡No digas tonterías, Fëledar! Lo que ocurre es que ella y yo hicimos buenas migas hace tiempo. Nos une una gran amistad, pero nada más.
—¿Ah, si? —preguntó el elfo con sarcasmo—. Claro, por eso ya no hablas casi con ella... Es más, se diría que la evitas.
—¿Y qué si no hablo mucho con ella? Ya te he dicho que sólo somos amigos.
—Antes de que marcharas a Peña Solitaria pasabais mucho más tiempo juntos. Ahora, sin embargo, os veo más distantes y me parece que esto no le agrada mucho a ella.
—¿Qué insinúas?
—Cuando te fuiste, ella dejó de ser la Elareth risueña que conocíamos. Había algo que le turbaba.
—Serán imaginaciones tuyas —replicó Endegal a la defensiva mientras se sentaba sobre un pequeño muro de piedra que servía de banco.
—No. No lo son. Igual que no es mi imaginación si te digo que desde que regresaste a Ber’lea que tú también estás diferente —le dijo mirándole con comprensión.
—Todos estamos diferentes y más apáticos desde que Alderinel hizo lo que hizo.
—A mí no intentes engañarme, Endegal. Lo tuyo es diferente. Evitas encontrarte con Elareth a toda costa, y cada vez te relacionas menos con la Comunidad. ¿Por qué lo haces?
—Insisto en que son imaginaciones tuyas, Maestro.
Endegal y Fëledar habían sido alumno y maestro, pero entre ellos había una relación que iba más allá; tenían una gran amistad. Por eso cuando Endegal se refería a Fëledar como Maestro no lo hacía por respeto, sino para indicarle que la conversación estaba llegando a una zona espinosa. La conversación dejaba de ser amigo-amigo y se tornaba discípulo-maestro.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.

Fëledar dejó la espada en el suelo y se sentó a su lado. Le puso amigablemente la mano en el hombro y le dijo:

—Endegal, amigo, todos lamentamos el destino de tu madre, pero debes superarlo. No debes hacer pagar tu dolor a toda Bernarith’lea, y menos aún con Elareth. Ella está sufriendo. Lo noto.
—¿Y yo no sufro? —protestó el medio elfo.
—¡Por supuesto! —replicó el Maestro de Armas—. Pero en tu mano está acabar con todo esto.
—Quizás no debería de haber regresado nunca... —susurró Endegal inmerso en un sufrimiento que sólo él podía albergar.
—No pienses en eso, amigo. Acudiste aquí para ayudarnos, y eso te honra. Y contigo trajiste a Avanney, y ella también está desempeñando un papel importante en nuestra Comunidad, aunque a Ghalador le cueste admitirlo. No nos abandones ahora como lo ha hecho Algoren’thel, amigo —le suplicó—. Afronta la muerte de tu madre y sé feliz con nosotros.
Endegal se levantó como si tuviera un resorte en sus posaderas, cogió su espada y la envainó con fuerza.
—Muchas gracias por tus consejos, Maestro. Mañana continuaremos con las lecciones —dijo con voz neutra, dando a entender que para él había terminado aquella conversación. Dio media vuelta y abandonó el campo de entrenamiento.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

Aristel estaba enfrascado en la elaboración de un abono especial. En vistas de que él no podía hacer otra cosa respecto al Libro sino que esperar los progresos del Visionario, él mismo se había planteado otro reto. Según las palabras de Endegal, y que después corroboró con otros elfos, los émbeler que los elfos llevaban puestos les permitían ver el reflejo de Los Cuatro Grandes Émbeler, y esta visión les reforzaba el espíritu y les daba fuerzas. Dado que ahora, tras la maldición, Los Cuatro habían menguado su reflejo, dedujo que estos Grandes Émbeler se sustentaban del Arbgalen, no sólo como soporte físico, sino también como soporte energético. De algún modo que no supo explicar, los émbeler se alimentaban de la energía vital del Gran Árbol. Por ello, de la vida y salud de este tótem arbóreo dependía gran parte de Bernarith’lea.
Con este abono especial, el druida pretendía revitalizar el suelo circundante a este centro neurálgico y vital. Pero la empresa era realmente difícil, pues ahí justamente era donde Alderinel había escupido literalmente su maldición, y era por tanto, el lugar donde con más fuerza rugía este oscuro hechizo.
Dedos fue escogido por el druida para ayudarlo en las tareas más pesadas, como remover el abono o recolectar algunas hierbas específicas. Esa elección era algo que el mediano “agradecía enormemente” a Aristel.
—¡Aristel! —le llamó Derlynë desde lejos.
El viejo druida levantó su vista de aquel montón de abono que estaba preparando y vio la esbelta silueta de la sucesora del Visionario moviéndose con cierto énfasis. Era evidente que se trataba de algo importante. Aristel dejó sus ocupaciones y fue a su encuentro tan rápido como pudo. Dedos no quería quedarse trabajando solo, diciéndose a sí mismo que ya le tocaba un descanso, así que dejó el rastrillo clavado en el sustrato vegetal y siguió al druida con pasos livianos, aunque intencionadamente lentos.
—¿Qué ocurre? —le preguntó el druida impaciente a Derlynë.
—¡Tenías razón, Aristel! Existen varias referencias a objetos mágicos.
—¿Y en concreto, alguno que pueda servirnos?
—Bueno, en realidad no estoy segura.
—¡Explícate! —le apremió Aristel.
—De entre todos los objetos que he localizado en el Libro, hay una espada encantada. Se dice que su fabricación y encantamiento fue muy complicado y que el arma es realmente muy poderosa.
—¡Pero no necesitamos un arma! —le espetó el druida.
—El caso es que, entre todos los símbolos que aparecen en los textos de esta arma, hay una secuencia de runas que se repite en otros encantamientos de protección y anulación de maldiciones. A pesar de que el Libro dedica mucho texto a esta espada, no explica sus facultades.
—¿Y qué explica pues?
—Hace mucho hincapié en que la espada es totalmente de mithril y que fue forjada de una sola pieza por herreros enanos. También cuenta que cinco Hechiceros elfos la encantaron, pero que en el proceso el arma absorbió toda su energía vital y murieron, aunque su espíritu permaneció intacto dentro de ella.
—Impresionante.
—A la espada se refiere como La Espada de la Alianza, La Purificadora, la Espada del Bien o La Unificadora, pero también hay una referencia a ella que dice: “Esta es la espada que nos librará del Mal Eterno.”
Dedos, que hasta el momento había pasado desapercibido por los otros dos, intervino.
—¿Y cómo es esa espada? ¿Puedes dibujarla? —fue más una orden que una pregunta. Aristel estuvo a punto de recriminarle esa actitud al mediano, pero vio que Derlynë se apresuraba a dibujar lo que ella veía en el Libro y el druida se contuvo.
En el Libro, hasta los dibujos estaban encriptados, así que la elfo cogió esta vez papiro y pluma, y dibujó como pudo aquella espada. Cuando hubo terminado, los otros dos apreciaron que era una espada muy singular. Efectivamente parecía estar forjada de una sola pieza. La guarnición estaba construida en ángulo, y si esto no era suficientemente distintivo, unas estrías y una especie de raíces estaban labradas en la empuñadura y guarnición y se extendían hasta el principio de la hoja.
—¡Esa espada yo la he visto en alguna parte! —exclamó Dedos.
—¡Imposible! —dijo Aristel.
—Tal espada no podría pasar desapercibida en la Comunidad.
—¡Pero, estoy seguro! —afirmó rotundamente—. ¡Dejadme pensar dónde la he visto!
—Esta vez te has pasado de listo, mi querido mediano —le dijo el druida.
De pronto, Dedos chasqueó sus regordetes dedos y puso una cara de satisfacción.
—¡Las espadas de Avanney! —dijo resolutivo.
—¿Estás loco, o qué diablos te ocurre? —le inquirió Aristel.
—En las espadas de Avanney, mejor dicho, en una de las espadas —corrigió Dedos— hay un dibujo en el que aparece esta misma espada clavada en el cráneo de un dragón —explicó.
Rápidamente fueron los tres en busca de la bardo. Gironthel les dijo que la humana acababa de ir al campo de entrenamiento.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

Avanney estaba sorprendida de la habilidad que los elfos tenían para el manejo de la espada. Eran realmente muy diestros, y no era de extrañar si ella salía perdiendo en la mitad de los enfrentamientos. Pensó que ella había tenido a un buen maestro de esgrima, y que entrenaba duro durante muchas horas. De hecho, era toda una experta espadachín, que manejaba a las Dos Hermanas casi a la perfección. Pero pensó que aquello era normal; mientras que ella llevaría unos quince años ejercitándose con las espadas, seguro que muchos de aquellos elfos le llevaban más de ciento cincuenta años de ventaja. Si en algo les aventajava la bardo era que ella usaba dos espadas, mientras que los elfos usaban una sola.

Avanney estaba esperando a que Fëledar acabara con uno de sus pupilos. El Maestro de Armas era quien mejor abría las defensas de Avanney, y le aconsejaba acerca de los movimientos ofensivos y defensivos. Por eso quería enfrentarse con él una vez más.
A lo lejos vio a tres figuras bien conocidas que se acercaban con cierta rapidez hacia el campo de entrenamiento. A pesar de su nerviosismo evidente y de que aquellos la estaban llamando, la bardo no se acaloró y esperó a que ellos llegaran hasta ella. No quería perder por nada su turno para batirse con el Maestro de Armas.
—¡Enséñales la Segunda Hermana! —le ordenó Dedos cuando llegaron hasta ella.
—¿Para qué? —dijo ella con indiferencia— Ya habéis visto todos mis dos espadas en bastantes ocasiones.
—¿Te suena de algo esta espada? —le preguntó Derlynë enseñándole el dibujo.
Avanney miró extrañada aquella figura. Sacó de la funda derecha la Segunda espada corta y la miró ella misma primero, como si no acabara de creerlo. Sabía que era la misma, pero en el dibujo aparecía entera, mientras que en los grabados de su espada corta sólo asomaba la empuñadura. A pesar de la miniaturización, la forma de la empuñadura era perfectamente reconocible. Derlynë fue la encargada de explicarle a qué se debía todo aquello y de dónde había surgido el dibujo.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

—¿Y no podría tratarse de otra espada con una empuñadura similar? —preguntó el Líder Natural de Ber’lea.

Estaban congregados en la sala los elfos más representativos de la Comunidad, y, cómo no, Avanney, Endegal, Dedos y Aristel. Sólo se echaba en falta la presencia de Hallednel, pero como había dicho Derlynë, se encontraba en algún lugar apartado para ejercer sus labores espirituales y descubrir los secretos de la magia élfica. Por ello, la propia Derlynë se encontraba allí en representación del Visionario.

—No —negó Avanney—. Yo conozco parte de la historia de esa espada, y algunos aspectos coinciden con lo que cuenta el Libro de Magia Natural. Después de la muerte de aquel dragón, tanto el portador de la espada como la espada propia desaparecieron sin dejar rastro. Hay quien cuenta que alguien mató al guerrero y que ésta cayó en alguna parte del río Hyranuin, pero nadie la ha encontrado todavía.
—Pero nada nos asegura que esa espada pueda eliminar la maldición —dijo Ghalador en tono severo.
—Tampoco nada nos asegura que Hallednel sea capaz de aprender los hechizos necesarios, digamos, antes de un año —interpuso Dedos.
—¿Y cuál es tu propuesta entonces? —le preguntó el Líder Natural.
—Propongo que salgamos en busca de esa espada —aconsejó Dedos—. Siempre es mejor eso que esperar aquí sin hacer nada.
—¿Salgamos, dices? —inquirió Ghalador—. ¿Acaso pretendes salir de la Comunidad?
—Desde luego no sin vuestro permiso, Señor. Pero tened en cuenta que los servicios que aquí os puedo prestar pueden ser insignificantes comparados con mi utilidad fuera de estas tierras.
—No sé qué clase de servicios podrías prestar fuera de la Comunidad. Explícate —le ordenó.
—Bueno... —empezó Dedos sopesando cada una de las palabras que iba a decir—. Parece ser que estoy más capacitado que otros para resolver ciertos enigmas. Sin ir más lejos, y sin afán de protagonismo, el Libro Natural ha sido descifrado en parte gracias a mí. Y si esa espada puede ser encontrada, estoy convencido de que la encontraré.
—En eso debo darle la razón al mediano, Señor —intervino Avanney—. Su ayuda sería inestimable en esta nueva búsqueda. Cualquier mínima pista o rastro puede ser importante, y la mente de este pequeño ser está en verdad muy aguzada.
—Sin embargo, yo no he decidido todavía si voy a permitir esa expedición —dijo Ghalador mirando a su lado. Evidentemente echaba en falta la presencia del Visionario, pues él era su mejor consejero—. ¡Diablos! ¿Dónde se habrá metido Hallednel? Si estuviera aquí, podría vislumbrar el éxito de esta misión, o si por el contrario, el realizar este viaje puede acarrear peligro para la Comunidad.
—El Líder Espiritual no está presente —dijo Derlynë—, pero yo estoy aquí en representación suya, y aunque no posea yo el poder adivinatorio del Visionario, estoy segura de que Hallednel sí daría por buena esta expedición.
—¿Y cómo estás tan segura de ello? —le preguntó Ghalador.
—¿Y cómo no estarlo? —respondió ella—. Esté donde esté Hallednel, si él hubiera percibido alguna señal que indicara que algo funesto nos depara el futuro, se hubiera presentado aquí para avisarnos.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.

El Líder Natural no podía negar la lógica aplastante de aquellas palabras, pero no le hacía ninguna gracia que nadie entrara o saliera de la Comunidad sin más. La Comunidad había estado aislada del mundo Exterior; así había sido durante siglos, y sin embargo, desde la llegada de Endegal a Ber’lea que el trasiego de gente se repetía con demasiada asiduidad (demasiada para Ghalador, claro está), así que lanzó su último argumento:

—Supongamos que Hallednel haya tenido una horrible visión acerca de vuestro viaje, pero se encuentra demasiado lejos y no ha podido asistir a esta reunión —aventuró Ghalador.
—No debe de haberse marchado muy lejos —supuso la bardo—. Y aunque así fuera, le daremos un margen de un día entero. Podríamos salir pasado mañana a la primera luz del día. Así, mientras hacemos los preparativos, Hallednel tendrá tiempo para volver e impedir nuestro viaje, si es que ha tenido una oscura visión.
—Está bien —dijo Ghalador resignado, viendo que aquellas palabras eran justas—, podéis ir con mi consentimiento. Dedos tiene permiso para abandonar el Bosque, igual que tú Avanney. ¿Quién más quiere ir en busca de esa espada?
Endegal dio un paso al frente y dijo:
—Yo, si lo veis conveniente, Señor.
Ghalador se abstuvo de contestar y se limitó a hacer un gesto afirmativo con la cabeza. Luego dirigió su mirada a Aristel.
—Yo prefiero quedarme, mi Señor —aclaró el druida— Creo que puedo ser más útil aquí. Además —añadió—, creo que estos jóvenes pueden apañárselas sin mí.
—¿Nadie más? —esperó apenas un par de segundos, en los cuales reinó el silencio—. Mejor. Empezaba a creer que iba a marcharse media Comunidad.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.

Efectivamente, llegó el día de la partida, y Hallednel no dio muestras de vida, así que, llegada la hora, los tres se dispusieron a salir de la Comunidad, hacia la Sierpe Helada en busca de aquella espada. Elareth preparó una bolsa de lembas como aquella vez en la que Endegal partió hacia Peña Solitaria. La propia elfo, prima hermana de Hallednel, puso aquella bolsa en manos del semielfo y le dijo:

—Esta vez no voy a explicarte las propiedades del pan élfico, Endegal. Sólo te daré mi bendición y rezaré para que vuelvas sano y salvo.
—Agradezco tus palabras, y tu sustento —le dijo Endegal.
—Y también rezaré para que cuando vuelvas, seas el Endegal que conocí antes de que se marchase a Peña Solitaria.

El semielfo echó un vistazo en busca de Fëledar. Pensó que las palabras que acababa de escuchar tenían algo que ver con el Maestro de Armas. Lo encontró entre la multitud y ambos cruzaron una mirada seria. Endegal subió a la silla de Niebla Oscura y se dispuso a marchar. Avanney ya estaba a lomos de Trotamundos, y Dedos le acompañaba en la misma montura.

—¿Adónde iréis primero? —les preguntó Telgarien.
—Iremos a Serph’n’drah, o a Drahsincaer, ya veremos. Para ello no abandonaremos el Bosque del Sol hasta el último momento —aclaró Avanney.
—¿Y luego?
—Nuestro objetivo es llegar a Hyragmathar, que es el último lugar donde sabemos que fue vista la espada. No sé qué ruta tomaremos exactamente, pero una vez allí investigaremos sobre el terreno.

39. La nueva búsqueda

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

Una vez que se hubieron despedido todos, los tres emprendieron aquel viaje. Atrás dejaron una comunidad desolada que dependía en gran medida de ellos y del resultado de su viaje. Era un viaje sin garantías, pero al mismo tiempo era un viaje de esperanza. Por delante tenían una misión que cumplir, un poderoso objeto mágico que encontrar: La Purificadora de Almas.


* * * *

39. La nueva búsqueda

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal