Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

37
Draugmithil

Aún no sabía adónde dirigirse, pero a esas alturas, tampoco le importaba mucho. El cielo estaba oscurecido desde hacía ya bastante rato, y pocas estrellas eran visibles a causa de las nubes. Eso significaba que había anochecido, y que por tanto llevaba mucho tiempo caminando en dirección sur. Había elegido esta ruta temporalmente por dos razones obvias. La primera era que de ese modo evitaba volver al Pantano Oscuro, y la segunda era porque esa ruta le permitía avanzar fuera del Bosque del Sol, pero a su vez, estaría lo suficientemente cerca de éste como para adentrarse en él buscando refugio en caso de extrema necesidad.

En realidad, aunque quería alejarse del Bosque, el tenerlo a la vista a su derecha mientras caminaba le reconfortaba el ánimo. Quería alejarse de aquel bosque, pero no podía evitar sentir un profundo apego por él. El Bosque le producía un profundo sentimiento de protección. Sí, eso era. Dentro de él se sentía protegido de cualquier mal exterior. Protegido, pero a la vez encerrado, ahogado, embotado. Ahora había vuelto a salir de aquel “huevo protector”, como lo había denominado Endegal días atrás. Era la segunda vez que había roto su “cáscara”. La primera vez le había costado más de doscientos años y la segunda apenas unas semanas más tarde. Y ambas veces sin el consentimiento de Ghalador.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Pero si de algo estaba realmente convencido, era que este cambio era un nuevo rumbo necesario en su vida. Necesitaba ver el mundo más allá del Bosque, incluso más allá de Peña Solitaria y Vúldenhard. ¿Qué aventuras le depararía el destino? ¿Podría él averiguar una parte de aquella historia que Avanney con tanto anhelo deseaba saber?

Durante el camino no pudo dejar de pensar en Galanturil. La transformación que había sufrido unas horas antes le había maravillado. Él, desde siempre, había tenido a su bastón en mucha consideración. Lo quería como a un hermano. Ahora, Galanturil, por medio de unas runas mágicas grabadas en su seno por el propio Aristel, era capaz de transformarse en un sano y robusto roble, y por tanto, el inseparable bastón del Elfo Solitario, estaba mucho más cerca de la vida cuando adoptaba esta forma arbórea.

Algoren’thel decidió que había llegado la hora de descansar, y no pudiendo evitar colocar el bastón en posición vertical, lo hundió en el suelo hasta cubrir con tierra las runas mágicas de uno de sus extremos. La transformación no se hizo esperar, y de la base nacieron raíces, y del extremo superior unas ramas con hojas. Todas las ramificaciones crecieron en grosor y longitud, y se bifurcaron más y más, unas buscando el suelo y otras buscando el cielo. En breves instantes, Galanturil se había convertido en un magnífico roble.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Lo examinó con detenimiento, maravillándose otra vez de aquella obra de la Naturaleza. En un principio se extrañó, pues observó ciertas diferencias en el árbol que le indicaron que este roble era distinto al primero. Las ramas y raíces no estaban distribuidas del mismo modo que en la metamorfosis anterior, y tampoco el tronco tenía ahora la misma forma. Pero más tarde comprendió su propia ignorancia. El árbol era el mismo, pero había sido plantado en lugares diferentes y en condiciones diferentes. El roble que tenía delante de sus ojos se había adaptado a las características de la zona. La dureza y el tipo de suelo, la humedad de éste y del ambiente, la luminosidad, e incluso la más mínima variación en la verticalidad de Galanturil antes de ser transmutado, era un factor importante que determinaba el crecimiento del roble, y por tanto, su aspecto final.

Algoren’thel se subió a las ramas más bajas, luego a las intermedias y finalmente trepó hasta la misma copa. El viento zarandeaba las ramas más altas, pero el elfo, lejos de atemorizarse, se sentía ahora más libre que nunca, y disfrutaba con los vaivenes rítmicos allí arriba. Tras inspeccionar cada hoja de su amado Galanturil, se tumbó en una rama gruesa y apoyó la cabeza en una bifurcación. Se sentía muy cómodo para dormir. Parecía como si el propio Galanturil, hubiera cobrado consciencia de sí mismo y de su dueño, fabricándole un lecho confortable a propósito.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Estaba tan a gusto y contento que empezó a relajarse. Sus pensamientos estaban centrados en su bastón —o mejor, en su árbol—, pero poco a poco se fueron dispersando y encaminando hacia sus compañeros. Imaginó a Telgarien y Aristel llegar a Ber’lea con el cargamento, y a decenas de elfos, niños y no tan niños, curioseando alrededor de la mercancía. Y también vio cómo Avanney recuperaba a Trotamundos, y como los elfos preguntaban por él. El rostro enfadado de Ghalador apareció en su mente, maldiciendo el momento en que le dejó salir de la Comunidad. Esto último le turbó bastante, pero volvió a pensar en el roble sobre el que descansaba y se tranquilizó hasta tal punto que finalmente se durmió.


§

Un ruido entre la maleza le despertó de su letargo. Era la noche más profunda. Había dormido con toda seguridad unas tres horas. El elfo aguzó sus cinco sentidos para averiguar cuál era el origen del sonido que le había alertado. Ahora cayó en la cuenta de que si algún peligro lo acechaba, no tendría a su bastón para protegerse. Galanturil tenía ahora el aspecto de un enorme roble y si quisiera usarlo, debería ordenarle que retornara a su forma anterior, y aunque esta metamorfosis era bastante rápida, podría no serlo lo suficiente en un caso extremo.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Luego lo pensó mejor. Allí arriba estaba bastante bien camuflado, a no ser que su agresor conociera bien la zona y cayera en la cuenta de que no era normal encontrar un roble en ese lugar, así que esperó, al acecho de aquellos ruidos.

Oyó claramente a alguna bestia olisqueando por los alrededores. Obviamente, si era capaz de seguirle el rastro por el olfato, de poco le serviría ocultarse allí arriba. Pronto, un lomo plateado resplandeció a la luz de la luna entre las malezas. El sonido rítmico de su jadeo y el de sus pisadas le delataron. Algoren’thel supo de inmediato que se trataba de un lobo. Continuó atento para ver si podía percibir la presencia de la manada. Nada. Sólo era un lobo merodeando.

Seguramente se trataba del mismo lobo que les había seguido en el Pantano Oscuro y que ahora estaba siguiéndolo a él. ¿Le habría estado siguiendo sólo a él desde un principio?

Un lobo hambriento que ha esperado a que el grupo se separara para poder atacar con más fiabilidad, razonó, desechando su primer pensamiento. En ese caso, podía estar tranquilo, pues no hacía falta ser un elfo para saber que los lobos no trepan a los árboles. Así que continuó durmiendo con bastante normalidad hasta la mañana siguiente.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

De buena mañana, cuando el sol apenas atravesaba con sus primeros rayos del alba la oscura atmósfera del Pantano Oscuro, Algoren’thel se despertó admirando, una vez más a Galanturil hecho roble. Recordó a la bestia y echó un vistazo general desde allí arriba, aunque no vio nada extraño. Bajó del roble no sin cierta prudencia, y una vez en el suelo observó las claras huellas y algún que otro pelo entre las zarzas de lo que solamente podía ser un lobo. Volvió junto al roble e inspeccionó sus ramas. Unas bellotas maduras llenaban algunas de ellas. Recogió unas cuantas y las probó. Estaban realmente deliciosas. Quizás eran las bellotas más sabrosas que el Solitario elfo había probado nunca. Guardó unas cuantas de ellas en sus bolsillos y bajó. Miró al roble con satisfacción y posó su mano sobre el tronco.

—Vuelve a ser bastón, Galanturil —le dijo. No era necesario pronunciar aquellas palabras. Con el simple pensamiento le hubiera sido suficiente, pero el elfo le tenía tanto aprecio que empezó a hablarle a partir de ese momento como si el bastón tuviera vida propia (y de hecho así es como él lo sentía).

El roble empezó a contraer sus extremidades y las hojas empequeñecían hasta desaparecer dentro de los mismos brotes, y éstos dentro de las mismas ramas. En un breve espacio de tiempo, Galanturil estaba ya en manos de Algoren’thel, listo para ser usado de nuevo como arma. El elfo continuó su camino que, sin saber aún adónde iba, seguía hacía el sur bordeando el Bosque del Sol. A su derecha el Bosque, a su izquierda y cada vez más lejano, el Pantano.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Anduvo durante un par de horas y paró a comer. Buscando bayas y setas casi se adentró en el mismo Bosque, pese a querer evitarlo a toda costa. Se sentó en la base de un árbol, apoyando la espalda en el tronco, y empezó su particular desayuno compuesto mayoritariamente por frutos silvestres. Una mirada al horizonte le desveló al elfo una silueta lejana pero perfectamente reconocible por su aguda vista: otra vez aquel lobo plateado continuaba acechándole a distancia, pero esta vez había algo de extraño en todo aquello. Era entendible, hasta cierto punto, que un lobo hambriento acechara a algún viajero que se aventurase por la zona del Pantano Oscuro. Pero ahora, la estéril tierra yerma del Pantano quedaba atrás, y la tierra fértil del Bosque del Sol estaba muy cerca. Si aquel lobo tenía hambre, podría cazar otras piezas más fáciles internándose un poco en el Bosque. ¿Por qué empecinarse con perseguir a un elfo y salir malherido?

El Solitario se hacía continuamente esta pregunta mientras no le quitaba ojo al misterioso lobo. El animal, por su parte, tampoco le quitaba ojo al elfo. Estaban los dos quietos, observándose mutuamente desde la lejanía. Unos instantes después, Algoren’thel decidió levantarse y observó la reacción del lobo. Aquél no se movió. El elfo empezó a caminar poco a poco en dirección a su acechador. El lobo plateado esperaba diez pasos del elfo para alejarse a la carrera y poner como mínimo la misma distancia que entre ellos dos había existido unos momentos antes. Ni siquiera los livianos y rápidos pasos del elfo podrían equipararse con la velocidad de un lobo como aquel a la carrera, así que Algoren’thel dejó por imposible la empresa de alcanzar al animal y continuó su camino.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

No obstante, aún tenía en mente la posibilidad de ver al lobo de cerca para mirarle a los ojos e intentar descubrir qué interés tenía aquél en seguirle y vigilarle desde una distancia prudencial. Cada vez más desechaba la idea de que quisiera atacarlo, pero le incomodaba aquella presencia acechadora y vigilante. Se suponía que nadie debía saber adónde iba, y menos aún, nadie debía seguirle. Él era Algoren’thel, el Elfo Solitario, y quería hacer su camino en la más absoluta soledad. Sólo él y su bastón. Tenía que encontrar el modo de despistarlo.

De pronto, una idea le abordó la cabeza y sonrió. Había una forma de deshacerse del animal, que aunque no le gustaba demasiado, quizás sí fuese la más idónea. Los pasos del elfo se fueron acelerando poco a poco y en su trayecto fue acercándose paulatinamente hacia el Bosque del Sol. De vez en cuando, miraba hacia atrás en busca de la plateada silueta del lobo y casi siempre la encontraba, lo que hacía reforzar una teoría que iba cobrando forma en la mente del elfo: un lobo que les había ayudado, al parecer, en un primer análisis por azar, en su lucha contra unos orcos, y que luego, cuando él decide no regresar a Bernarith’lea y abandona el grupo, le persigue a una distancia prudencial. Aquel lobo tenía que ser una bestia amaestrada por Aristel. ¿Qué si no podría hacer a un lobo salvaje del Pantano comportarse así? Ahora lo veía claro. El druida tenía muchos recursos que nadie conocía. Ese lobo había sido el cuarto miembro de la expedición, aunque oculto a los ojos de él y de Telgarien por razones que aún no comprendía, pero creyó estar en lo cierto al deducir que el lobo había entrado en acción sólo cuando Aristel lo creyó necesario. Y creyó que entonces, de algún modo imperceptible para ellos, el druida debió ordenarle al lobo que siguiera al Solitario para vigilarle y localizarle siempre que quisiera.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

En realidad, no parecía que fuera una acción muy complicada para un druida como aquél, que había sido capaz de transmutarse en un ciervo para encontrar a la Comunidad de Ber’lea. Quizás fuese una acción fácil, pero una estratagema realmente audaz. Eso por lo menos, tenía que reconocerlo.

Pero nadie controlaba al Solitario, y menos aún lo sometía a vigilancia, pensó él, y se adentró en el Bosque del Sol a pesar del riesgo que había de que los de su propia Comunidad le descubrieran.
Mientras atravesaba las malezas del Bosque del Sol en una ruta precisa que tenía grabada en su mente, continuaba pensando en cómo había confiado en el druida cuando encantó a su preciado bastón. Le agradecía eternamente aquel gesto, pues le permitía gozar de Galanturil en su estado más Natural, pero no le perdonaría nunca haberle enviado a aquella bestia para espiarlo. Sin duda, el druida lo había hecho en un afán de ayudarle en caso de problemas, o para localizarlo cuando pudieran necesitarlo. Era una acción bien intencionada por su parte, pero el Solitario no podía permitir que en un futuro próximo Ghalador pudiese llevar a cabo una expedición para encontrarle y juzgarle por haber desobedecido sus órdenes por segunda vez. No quería ya más vínculos con Bernarith’lea. Sus destinos se separarían, para bien o para mal, pero así debía de ser. Con este pensamiento inmutable continuó con su plan, y siguió trazando el premeditado itinerario, esperando que aquel lobo lo siguiera.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Llegó al punto deseado y volvió su mirada una vez más en busca de la figura plateada, aunque ahora era más difícil de encontrar entre la maraña de árboles y hierbas que por allí abundaban. Pero al igual que a él le era difícil localizar al lobo, imaginó que también al animal le sería difícil localizarle a él; seguramente le seguiría a través del olfato. Así que el elfo se subió a uno de los árboles y fue pasando de uno a otro desde sus ramas y teniendo en cuenta la dirección del viento para que este no llevara su olor corporal hasta el hocico del animal. Finalmente se colocó en un árbol estratégico y esperó impaciente. Pronto llegó el lobo olfateando el suelo y el ambiente alternativamente, y se detuvo desconcertado ante lo que habían sido las últimas pisadas en suelo firme de Algoren’thel. Siguió olfateando y miró hacia las ramas del árbol que el elfo había usado para despistarlo. Dio un par de vueltas con el hocico bien pegado al suelo, para ver si conseguía reencontrar el rastro. Algoren’thel bajó del árbol con un salto. El lobo se asustó al ver que había caído en una emboscada, pues ahora estaban ambos muy cerca, y decidió poner tierra por medio, y corrió alejándose rápidamente en dirección opuesta a la que se encontraba el Solitario.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

Eso era exactamente lo que el elfo había planeado. El lobo se sorprendió al ver cómo el suelo que pisaba se hundía bajo sus patas y cómo la tierra se lo tragaba. Pronto se encontró preso en un profundo agujero y sin posibilidad de escape.

Algoren’thel se asomó al agujero sonriente. El lobo daba enormes saltos, pero le era totalmente imposible salir de allí. La pared era totalmente vertical.
—Por fin te he atrapado, lobo del Pantano —le dijo desde arriba y de cuclillas, asomándose—. Ahora te quedarás ahí hasta que alguno de mis hermanos te encuentre. Aunque ellos esperarían encontrar a algún orco en esta trampa, no es la primera vez que un animal desafortunado cae aquí mismo. Así que no temas. Ellos te liberarán pronto y podrás volver a ver a tu amo Aristel.

Pero al acabar de pronunciar aquellas palabras, al cruzar su mirada con la de aquella bestia, una extraña sensación se apoderó de él. De pronto, aquella idea de que el druida estaba detrás de todo aquello, empezaba a esfumarse. Era como si... ¡Ahora lo entendía todo! ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

El elfo, contra todo pronóstico, se tiró al agujero y aterrizó junto al lobo. El animal, al verse acorralado pegó su trasero a la pared opuesta. Sus patas estaban flexionadas, su brillante pelo erizado, sus orejas pegadas a la testa y unos enormes y relucientes colmillos se mostraban mientras emitía unos gruñidos amenazadores. Aquello hubiera atemorizado a cualquier ser con dos dedos de razón. Sin embargo, Algoren’thel se limitó a agacharse y extender su mano hacia el enfurecido animal. Cualquiera hubiera dicho que el elfo no le tenía demasiada estima a aquella mano. El lobo gruñía y parecía indeciso. El elfo consiguió rozarle el hocico y sólo sus reflejos le libraron de una buena dentellada. Un par de intentos más tarde, llegó a posarle su mano sobre el rostro, y aunque el lobo continuaba gruñendo no hizo intento alguno de morder al elfo.

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

De algún modo, Algoren’thel consiguió calmarlo —si es que se puede considerar que un lobo de aquel tamaño, con las orejas gachas y mostrando aún sus afilados colmillos está realmente calmado—, y llegó a acariciarle el lomo todavía erizado.

—Está bien, amigo. Voy a permitirte que me acompañes en mi viaje —le dijo mientras le acariciaba, y añadió—. A partir de ahora te llamaré Draugmithil, lobo plateado. Pero primero, saldremos de aquí.

Algoren’thel cogió a Galanturil y lo clavó en una de las paredes de aquel pozo en casi en horizontal, levemente inclinado hacia arriba. El enorme lobo no supo cómo reaccionar ante aquella maniobra, aunque continuaba tan inquieto como antes. Al quedar las runas mágicas sepultadas por aquella tierra fértil, el bastón mágico del elfo empezó a echar raíces y a crecer de forma acelerada. En poco tiempo, un enorme roble estaba allí plantado sobre una pared vertical y había crecido en leve ascenso. El lobo, tan pronto como vio la posibilidad de escapar, saltó sobre el tronco y logró salir de allí. El elfo le siguió con rapidez felina, pero cuando éste llegó arriba, sólo pudo ver cómo el lobo se alejaba a toda prisa de allí. Sonrió, y cogiendo por una de las ramas altas al roble, le dijo:

37. Draugmithil

Demonios blancos / Víctor M.M.

—Vuelve a ser bastón, Galanturil.

Las ramificaciones y hojas del roble fueron desapareciendo, pero esta vez, se encogieron primero las raíces y el tronco, de tal modo que la rama que sostenía Algoren’thel fue la última, sobre la que se recogían las otras extremidades. De este modo, como el elfo había supuesto, el roble se encogía desde el punto de contacto con su mano, facilitando así que Galanturil siempre quedara cogido por Algoren’thel cuando involucionaba a bastón.

Algoren’thel miró en la dirección donde había desaparecido el lobo y dijo:

—Volveremos a vernos, Draugmithil...

37. Draugmithil

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal