Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

33
Regreso al Pantano Oscuro

Algoren’thel miró a su brava montura. ¡Qué hermoso animal! Su pelaje era negro como la noche más profunda y más brillante que las propias estrellas. Pasó la mano sobre su musculoso cuello. ¿Qué velocidades alcanzaría galopando en una persecución? Estaba claro que Avanney tenía mucha suerte de tener un corcel como aquél.

A decir verdad, el elfo había tomado a Trotamundos para aquel viaje. El majestuoso caballo estaba adaptado a la bardo al ciento por ciento, y no aceptaba a otro jinete que no fuera Avanney, pero con Algoren’thel hizo una extraña excepción. Cuando decidieron partir y Avanney expuso sus intenciones de quedarse en la Comunidad, el elfo quedó prendado de Trotamundos, y éste también pareció conectar con él. Unas palabras de Avanney tranquilizaron al caballo, el cual permitió al elfo subirse a sus lomos.

Telgarien montaba a Niebla Oscura, propiedad de Endegal (si es que existía algo que podía considerarse propiedad individual en aquella Comunidad), y tampoco podría decirse que era una yegua cualquiera; la propia Avanney la había elegido en Vúldenhard, y según sus propias palabras, tenía buen ojo para los caballos. Y tenía razón. Aristel montó a lomos del tercer caballo al que bautizaron como Albino, por su blancura casi inmaculada.

33. Regreso al Pantano Oscuro

Demonios blancos / Víctor M.M.

Llegaron sin más problemas a los lindes del Bosque, y más allá pudieron percibir la nube de densa oscuridad que marcaba claramente el territorio del Pantano Oscuro. Pese a no llegar al mediodía, el cielo se estaba oscureciendo bastante a causa de unos nubarrones negros que amenazaban con lluvia. Con todo, los vapores oscuros del Pantano allá a lo lejos, eran inconfundibles.

—Aquello es el Pantano Oscuro —dijo Telgarien.
—Así es —le corroboró Algoren’thel.
—Espero que no tengamos más dificultades de las que tú y Endegal os encontrasteis —confió el otro elfo, y mirando luego al druida agregó—: O no tantos como Aristel... —dijo como esperando respuesta por parte del anciano, a lo cual, éste se limitó a sonreír sin desviar la vista del horizonte.
—Es cierto —cayó en la cuenta el Solitario—. ¿Cómo abandonaste los dominios del Pantano Oscuro? ¿Tuviste problemas? Es más, ¿cómo pudiste vivir durante tanto tiempo en ese territorio?

El druida volvió a sonreír durante unos instantes y por fin dijo:

—Incluso después de oír la historia de mi encuentro con Endegal, y ver cómo he podido detener la Oscura Mancha, continuáis viéndome como un viejo indefenso... —Dirigió una intensa mirada a los elfos y les preguntó—: ¿Acaso dudáis todavía de mi poder, mis queridos elfos?
—No dudamos de su poder, Aristel —dijo Telgarien—. Simplemente nos gustaría saber a qué clase de problemas se ha enfrentado aquí, ya no desde su partida, sino durante su estancia en el Pantano Oscuro, y de cómo se las ha ingeniado para salir indemne de todas las situaciones, pues bien sabido es por todos que esta región no es de ningún modo hospitalaria. A nuestro pueblo le gusta oír historias y canciones, y en realidad lo poco que de usted sabemos, lo hemos oído por boca de Endegal.

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El druida se pasó la mano por la barba, como meditando una respuesta y dijo:

—No soy muy propenso a contar historias, y menos aún acerca de mi propia vida, pero debéis de saber que sí que he pasado por adversidades varias, pero no sólo aquí en el Pantano Oscuro, sino también por el resto del mundo, pues no sólo aquí mi presencia ha sido ingrata, ni la hostilidad ha sido sólo propiedad de los orcos. Los humanos también saben fastidiarle los planes a un viejo druida como yo. Pero de cómo he resuelto todo esto, mejor es que nada sepáis, pues hay asuntos que solamente uno mismo debe saber.
Tras aquella respuesta sin respuesta, los elfos se dieron cuenta de que Aristel no diría nada más de lo que ya había dicho, así que continuaron con su camino espoleando a los caballos, pues querían llegar a la cueva lo antes posible. Con el cielo encapotado oscurecería bastante pronto, y eso no era para nada recomendable. El plan era pasar la noche en la cueva de Aristel y volver a la noche siguiente a Ber’lea.


§

Pronto el terreno que pisaban se volvió tan esponjoso y embarrado como Algoren’thel recordaba, y la hierba era muy baja, amarilleaba y empezaba a presentarse en pequeñas agrupaciones aisladas. Los vapores densos del Pantano envolvían las siluetas de los viajeros en un abrazo pestilente. Telgarien pronto se quejó de las condiciones atmosféricas, pues empezaban a escocerle los ojos, igual que al resto, supuso él, pero el Solitario y el druida ya sabían a qué se enfrentaban y estaban mentalmente más preparados.

33. Regreso al Pantano Oscuro

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—Aún nos queda un buen trecho hasta mi cueva, Telgarien. Si en verdad necesitas un respiro, podría proporcionártelo —dijo Aristel.
—Sería un gran alivio para mí, y supongo que para él también —dijo refiriéndose a Algoren’thel—, pues nuestro olfato es más sensible que el vuestro. Además, mis pulmones claman por un poco de aire fresco, y en eso creo que todos estamos necesitados, incluso los caballos. ¿Es verdad que puede proporcionárnoslo?
—Así es, mi querido elfo. Pero no será muy duradero, y tampoco lo repetiré más de una vez antes de llegar a mi cueva, pues estos quehaceres me agotan tanto como el esfuerzo físico, y puede que necesitemos de mi poder en circunstancias más extremas.
—Entonces que así sea, anciano. Guarde el resto de sus fuerzas para luego, pero dénos ahora un pequeño respiro y así podremos reponernos un poco de este fatigado viaje.
—Así sea, pues —dijo Aristel.

Detuvo el caballo y desmontó. Cerró los ojos y levantó los brazos hacia el cielo y entonó una algarabía de palabras repetitivas que ninguno de los dos elfos entendieron. A la cuarta repetición subió el volumen de sus palabras y un viento proveniente del cielo bajó en una rápida corriente descendiente que cayó fuerte sobre ellos como si del agua de una cascada se tratase. A su paso, la corriente iba eliminando y apartando la densa niebla. Los elfos bajaron de sus caballos y les ordenaron tenderse en el suelo. La fuerza del viento les impediría levantarse si así lo quisieran.

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Al cabo de unos segundos, cuando cesó la ventisca, únicamente el druida permanecía en pie, como si nada hubiera ocurrido, y los nativos de Ber’lea se incorporaron de nuevo, asombrados por aquella demostración de poder.
—Démonos prisa, mis queridos elfos —les dijo—. La niebla no tardará en cerrarse de nuevo, así que mejor será que aprovechemos este pasillo temporal de aire limpio.

Tanto Telgarien como Algoren’thel pensaron para sí mismos que no volverían a dudar del poder de aquel humano, por muy indefenso que pareciera, y que en verdad era muy capaz de defenderse por sí solo, por lo que no deberían de preocuparse tanto por él.


§

Como Aristel les había indicado la niebla volvió pronto a cerrarse, y aunque aquel pequeño momento de aire limpio les hizo mucho bien a todos, el resto del trayecto fue de nuevo duro y pesado. Cuando ya por fin parecía que iban a llegar a su destino sin ningún incidente, unos rumores al frente alertaron a los compañeros. Los caballos empezaron a ponerse nerviosos, aunque Trotamundos, lejos de perder la calma, simplemente se aseguró de advertirle sin más a su, por ahora, dueño de que algo no iba bien. Se detuvieron por unos instantes para discutir sobre qué podía ser aquello y todos coincidieron en sus deducciones: una manada de goblins.

33. Regreso al Pantano Oscuro

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—Vienen hacia nosotros —aseguró Telgarien.
—¿Nos habrán localizado? —preguntó Aristel.
—Tenlo por seguro, druida —respondió Algoren’thel.
—¿Podremos enfrentarnos? —preguntó de nuevo.
—Ellos son muchos más, pero nosotros contamos con la ventaja de que vamos a caballo, y eso nos concede la posibilidad de correr mucho más que ellos —dijo Telgarien.
—Volver atrás no es una opción a considerar, pues sabíamos de los peligros que aquí íbamos a encontrar, y tarde o temprano, volveríamos a tener otros problemas. No podemos recular al mínimo impedimento. Intentaremos dar un rodeo rápido —afirmó Algoren’thel—, y si quieren seguirnos, que lo intenten.
—Pues que sea tan rápido como dices, porque los tenemos ya encima —advirtió Telgarien mientras espoleaba a Niebla Oscura con fuerza, y con el brazo en alto gritó—: ¡Vamos!

Los demás le siguieron a la carrera, aunque Trotamundos pasó rápidamente a la cabeza del grupo. Se sabe que un goblin no resulta demasiado peligroso contra un guerrero experimentado, pero una manada como aquella era más digna de ser abatida por un batallón que por tres individuos.

Pronto los ojos élficos atisbaron la totalidad de la patrulla goblin, y aunque los ojos de Aristel no le permitían aún distinguir a sus enemigos a causa de la niebla, los tres supieron con seguridad que eran una multitud más que considerable. Los gritos de guerra de aquellas inmundas criaturas se acercaban a una velocidad terrible. Se oía el metálico entrechocar de sus espadas y escudos mientras corrían a su encuentro.

33. Regreso al Pantano Oscuro

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El flanco izquierdo de la muchedumbre goblin llegó a cerrarles el paso, aunque al estirarse el grupo como si de un brazo se tratase, fueron muchos los que les obstaculizaban por aquel lado. Pero era una multitud aceptable, si tenemos en cuenta el total de todos ellos. Así por lo menos lo debieron entender los dos elfos y el druida, porque se dispusieron a embestirlos convencidos de que atravesarían la oleada, aun viendo que desde el centro y flanco derecho continuaban engrosando el grupo.

A la carrera, Aristel se soltó de las riendas y cerró los ojos. Abrió sus brazos, poniéndolos en cruz, y empezó a recitar una salmodia mientras Albino continuaba galopando. Al oírle, los dos elfos se abrieron ligeramente. No querían interponerse entre el hechizo del druida, fuera cual fuese, y la multitud goblin. No obstante Telgarien pareció reconocer aquellos vocablos, pues creyó haberlos oído recientemente. Las manos y la vara del druida se unieron para señalar hacia delante, en la dirección a la cual cabalgaban para atravesar la multitud goblin. De pronto, ambos elfos notaron que el viento producido por su rápido cabalgar ya no golpeaba sus rostros, sino que soplaba desde atrás e iba aumentando su fuerza rápidamente. En cuestión de pocos segundos, la ventisca fue inmensa, tanto como la que había sido invocada poco antes. El viento los empujaba más rápidamente, tanto que los caballos parecían flotar.

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Telgarien abatió a nueve goblins con su arco antes de llegar, pues sus flechas alcanzaban tanta velocidad impulsadas por el viento que en ocasiones atravesaban los cuerpos varios goblins. Algoren’thel fue el primero en llegar hasta la muchedumbre y el primero en abrirse paso. Galanturil impactaba directamente sobre rostros y cabezas goblin. Los tres compañeros pasaron como una exhalación entre el gentío, pues la ventisca les empujaba a ellos y apartaba a las horrendas criaturas como una escoba barrería un puñado de hojas. Tras el camino que le abrían los dos elfos, Aristel se agazapaba sobre Albino y también repartía algún que otro golpe con su vara. Los goblins fueron pillados por sorpresa en un primer momento, pero algunas de sus espadas hicieron varios cortes a los caballos, una flecha se clavó en el muslo de Trotamundos, y otra se hundió en el brazo izquierdo de Telgarien que manejaba la espada. No obstante, el elfo de cabellos platinos cambió el arma a su brazo derecho y siguió abatiendo goblins.

A pesar de todo, los tres consiguieron pasar a través del frente goblin y galoparon a toda velocidad. Una nube de flechas salió en busca de los tres jinetes, pasando silbando cerca de ellos, y se iban clavando en el suelo, tanto por delante como por detrás. Una de ellas alcanzó al caballo que montaba Aristel, que sin duda era el menos veloz de los tres, y poco después otra se clavó en el hombro del druida. La ventisca amainó.

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§

Unos momentos más tarde, redujeron la marcha, pues les habían sacado una distancia considerable a la horda de goblins.

—¡Malditos goblins! —masculló Telgarien mientras se arrancaba la flecha del brazo y vendaba su herida—. ¿Estáis todos bien? —preguntó.
Algoren’thel estaba extrayendo la flecha del muslo de Trotamundos y preocupándose por los cortes que había recibido el caballo —que habían sido muchos— a pesar de que él mismo presentaba un profundo corte en la pierna.
—Debemos llegar lo antes posible a mi cueva... —farfulló Aristel, y fue entonces cuando Telgarien cayó en la cuenta de que habían herido de gravedad al druida.
—¡Aristel! —gritó—. ¿Está herido?
—No tenemos mucho tiempo —dijo Algoren’thel—. Los goblins siguen nuestro rastro. No tardarán en alcanzarnos si permanecemos aquí.
—Entonces ayúdame a vendarle la herida —le dijo Telgarien a la par que trataba de quitar la odiosa flecha goblin del hombro del druida.

El Solitario se apresuró a rasgar un trozo de la venda que amarraba su calzado del pie izquierdo al tobillo, y vendó con ella la herida de Aristel. El estruendo de los goblins aumentaba, así que montaron deprisa y volvieron al galope.
—¡No podremos despistarlos! ¡Seguirán nuestro rastro hasta la cueva! —exclamó Telgarien—. ¡No descansaremos esta noche!
—No si puedo invocar a mi plaga de mosquitos... —musitó Aristel.
—¿Una plaga? —preguntó Telgarien que se colocaba ya al lado del druida.

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La mano del Solitario se posó sobre el hombro de Telgarien, y éste, al observar la sonrisa de Algoren’thel dejó hacer al anciano. El Solitario se estremeció al recordar aquellos implacables mosquitos, pero estuvo de acuerdo con la idea de Aristel, pues sabía lo difícil que era seguir un rastro con aquella niebla si encima tenías a millones de insectos hambrientos peleándose por un cacho de tu carne.

Aristel empezó con su invocación, y poco a poco parecían acudir de todos los lugares posibles, decenas de mosquitos de un tamaño considerable. Luego eran centenares, y luego miles. Y el número iba creciendo aceleradamente y de una forma alarmante.
—¡No os separéis de mí mientras galopamos y sólo sufriréis un par de picaduras! —dijo el anciano mientras cabalgaba hacia los dos elfos.
Reanudaron su marcha, otra vez acelerada, y a su paso, la mole de insectos seguía y seguía creciendo, aunque tanto Algoren’thel como Telgarien llegaron a recibir una docena de picaduras. Más adelante, Telgarien se paró para mirar atrás, pues notaba que los mosquitos le habían dejado en paz, y vio a lo lejos la enorme masa de insectos que habían dejado atrás. Era enorme.
—¿No podrán seguir nuestro rastro dentro de la nube? —preguntó.
—No podrán atravesarla con vida —aseguró Aristel.
—Doy fe de ello —dijo Algoren’thel—. Yo llegué a atravesarla, y quedé muy malherido a pesar de que mi manto me protegió de una muerte segura. Esos goblins tienen mucha piel al descubierto. No creo que lo resistan.
Y así fue. Los goblins más osados que intentaron cruzar la plaga murieron bajo los aguijones de los implacables mosquitos.
Telgarien dio un suspiro de tranquilidad y prosiguieron con su camino. El druida les aseguró que ya no estaban muy lejos de su cueva, por lo que se pusieron de nuevo en marcha.

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—Hemos llegado... —dijo al fin Aristel, señalando a unos extraños arbustos espinosos arraigados duramente a la roca de la montaña. En las historias que Endegal había contado, se mencionaba la barrera de espinas que Aristel había usado para retener al semielfo y que también usaba como protección, camuflaje y puerta a la entrada de su hogar en el Pantano Oscuro. Pero a pesar de haber oído aquella historia, se sorprendieron al comprobar por sí mismos la fiereza que mostraban aquellas púas endemoniadamente entrelazadas.

Al paso del druida, las espinas retrocedían poco a poco, como esclavas ante la voluntad de su amo, y los elfos le siguieron hacia el interior de la cueva junto con los caballos, algo temerosos de que las espinas se cerrasen sobre ellos. Una vez dentro, un gesto de Aristel con su vara, hizo cerrar de nuevo la infranqueable barrera. Era un druida poderoso, no había duda, pero estaba ya muy cansado tanto a causa de sus invocaciones como por la herida que acusaba en su hombro. Allí, a la tranquilidad de la luz de varias antorchas y una hoguera, sentados, limpiaron sus heridas y las de los caballos con el agua misteriosa que contenía una de las tinajas, las untaron seguidamente con un ungüento extraño y las taparon con hierbas de hoja ancha, unas hierbas que los elfos no conocían, pero que Aristel cultivaba fuera de la cueva y que denominaba grengas.

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Bebieron un brebaje denso y oscuro que les ofreció el druida. Todos aquellos elementos, emitían un suave olor a flores, menta y jazmín. Los elfos notaron los efectos de aquellos cuidados médicos de forma instantánea, de tal modo que se recuperaron por completo. Se quitaron las vendas y entonces fue Aristel el asombrado, pues no sabía de la capacidad autocurativa de los elfos. Pero luego fueron los elfos los que nuevamente se sorprendieron, porque Aristel puso sus manos sobre la herida de Trotamundos y en un instante, también éste sanó por completo.

—Esto que acabo de hacer —dijo Aristel—, también lo podéis hacer vosotros, aunque lo habéis olvidado. Forma parte de la memoria élfica que debemos recuperar para vuestra Comunidad. Es el objetivo único de nuestro viaje hasta aquí, no lo olvidéis.

Y les enseñó los pergaminos y el Libro de la Magia Natural, todos ellos escritos en élfico antiguo. Mostraron interés por ello, pero no tanto como esperaba Aristel. Se empecinó en explicarles los intrincados símbolos y métodos mágicos, pero eran demasiado complicados para unas mentes no instruidas en la magia y pronto se aburrían con aquella charla. Se dio cuenta entonces de que en ellos existía una magia especial, pero parecían relegarla a un segundo plano, muy por debajo de los conocimientos de la Naturaleza.

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Les parecía que la Magia era ajena a la Naturaleza, un elemento transgresor e impuro. No acababan de entender que aquel tipo de “magia” que Aristel les quería enseñar formaba parte de una simbiosis de la persona con su entorno, y que este entorno podía obedecer sus órdenes para realizar una acción justa.
—Cuando pongo mis manos sobre una herida, pido al cuerpo que se cure, conforme lo haría de forma natural, pero más deprisa —explicaba—. Si la acción pedida a la Naturaleza tiene un buen fin, y no hay malicias ni rencores en tu espíritu, la Naturaleza te otorgará lo que le pidas, aunque, cuanto mayor sea tu petición, mayor tendrá que ser tu esfuerzo, concentración y voluntad.

Pero pronto se cansó, pues tenía que recuperar fuerzas esa noche y se acostaron pronto. Aristel rezaba para que por lo menos Hallednel tuviera más sabiduría sobre estos temas y mostrara mayor interés, porque en caso contrario, la Comunidad de Ber’lea estaría destinada a su desaparición.

33. Regreso al Pantano Oscuro

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal