Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

32
Reencuentros

Avanney y Endegal llegaron a Bernarith’lea acompañados por Arvunïl y vieron con sus propios ojos el daño que había causado la maldición del renegado Alderinel. Incluso la bardo se consternó sobremanera, pues aunque nunca había visto Bernarith’lea en su máximo esplendor, entendía que ante sus ojos se hallaban los vestigios de una belleza inconmensurable, y eso le afligía el corazón. También le apenaba ver a aquellas hermosas criaturas que eran los elfos tan desdichados como estaban por aquel desastre.

Comparecieron ante Ghalador, y éste miró con desdén al semielfo y le reprochó que hubiera llevado hasta allí a una humana que ni siquiera era su madre a pesar de la prohibición que le había impuesto al respecto. Aunque también entendió que las circunstancias podían excusarlo, pues Endegal explicó que Bernarith’lea estaba siendo atacada. De todos modos, entendió Ghalador, la presencia de aquella humana era lo menos preocupante en esos oscuros momentos, y en cierto modo, aunque nada le dijo sobre la herencia del Trono, perdonó a Endegal y le devolvió el émbeler de Galendel.

En el mismo día en que llegaron a Bernarith’lea, tanto Endegal como Avanney, Aristel y Dedos, pudieron presenciar el ritual funerario que la Comunidad le brindó a Elkerend. Fue, aunque ninguno de ellos lo había visto, exactamente igual que el ritual realizado a Eärmedil. Habían esperado al anochecer, y después de embadurnar su cuerpo con aceites aromáticos, incendiaron la pira funeraria a los últimos rayos del sol. Se veló en silencio por su alma durante toda la noche hasta que los primeros rayos del amanecer indicaron que el espíritu de Elkerend era libre y descansaba en paz. Los cánticos encabezados por el Líder Espiritual acompañaron en cada una de las fases funerarias. Les sorprendió a los no nacidos en Ber’lea la pasión y el dolor con que sentían ellos la muerte de uno sólo de los componentes de su Comunidad.

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Como ya se ha dicho, Ghalador había perdonado, aunque con ciertas reservas, a Endegal sus actos desde el día de su regreso. Pero no lo hizo así un sector de los elfos más radicales, sobre todo al descubrir que Endegal ya conocía a Aristel, y que, por lo tanto, la llegada del druida a la Comunidad fue a causa de la partida de Endegal. Era tan culpable como de la llegada de Avanney y Dedos. Este sector de recelosos elfos estaba encabezado por Hidelfalas y Alverim.

Sin embargo, el resto de elfos, que lo componían una estrecha mayoría, apoyaban a Algoren’thel y a Endegal, porque gracias a sus cortas, pero intensas aventuras, habían aportado una ayuda inestimable a la Comunidad, porque sin duda, el mayor mal lo había provocado Alderinel, y en esto, Endegal no tenía ni un ápice de culpa, entendieron.

Pasaron los días y la mayoría de elfos reconocieron que gracias al buen hacer de Aristel habían conseguido si no eliminar, por lo menos sí menguar y frenar el devastador efecto de aquella negra maldición. Y del arpa y boca de Avanney oyeron los relatos acerca de multitud de aventuras y de lo que se decía que había sucedido en los Días Oscuros, y habían entendido cosas sobre las que inexplicablemente nunca se habían preguntado, viendo así de una forma más clara buena parte de los problemas que tenían. “Se afronta mejor y con más valentía tu destino, si Conoces a tu enemigo.”, les había dicho ella, así como “Todo lo que puede ser Conocido, puede ser vencido”.

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Con el tiempo y el intercambio de historias e información, la bardo les explicó que había llegado a la conclusión de que lo que le había ocurrido a Alderinel era que había sido arrastrado hacia una especie de oscuro poder, al igual que le había sucedido a Emerthed, Rey de Tharler. Además, con sus canciones consiguió levantar el ánimo de muchos de los elfos, los cuales empezaron a cantar sus propias canciones y relatos de sus días felices, cosa que habían dejado de hacer desde que Hallednel hablara de aquella terrible Visión.

Y Dedos, bueno, su presencia allí nunca fue vista como una ventaja para la Comunidad. No hasta cierto día.

Cuando Algoren’thel y Gironthel hubieron desatado a Dedos, que había permanecido en las ramas más altas de aquel árbol, éste fue llevado a Ber’lea con los ojos vendados y fue interrogado y juzgado frente a un Consejo, entre los cuales estaban: Ghalador y Hallednel con el máximo peso judicial, y Endegal, Algoren’thel y Avanney como testigos y sopesando la autenticidad de las palabras del mediano. Dedos acabó por declarar que él sólo quería saber de dónde venían Algoren’thel y Endegal, y establecerse en aquella ciudad, porque pensaba que sería más próspera a juzgar por el oro que habían llevado a Vúldenhard. Y entonces, después de meditar los dos Líderes de la Comunidad, finalmente fue Ghalador quién dictó sentencia y dijo:

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—Dices que querías vivir en el lugar de procedencia de Algoren’thel y Endegal. Pues que así sea. Vivirás aquí, aunque no eres bienvenido, bajo vigilancia continua, y no volverás a salir de Bernarith’lea hasta que no te ganes la confianza del presente Consejo. Se te quitará la venda de los ojos ahora mismo y andarás en libertad por la zona céntrica de la aldea, pero si cometes un acto de cobardía, injuria, hurto, lesión o huida, o infliges alguna otra de las leyes de esta Comunidad serás enjaulado durante el tiempo que se decida según la gravedad de tus actos. El Consejo de Ber’lea ha hablado.

Y así, Dedos fue testigo de estas palabras al permanecer dos días enteros encerrado en una jaula suspendida a tres metros del suelo por intentar encontrar el famoso oro, pues no entendía cómo podían tenerlo y no usarlo como moneda de cambio. Pronto supo el porqué. Vio que allí todos trabajaban en la Comunidad y para la Comunidad: era un interminable intercambio de favores de lo más desinteresado. No había un comercio mercantil, sino que se trataba del mantenimiento de una gran familia: la Comunidad.

Por su parte, Aristel, perdonó a Endegal sus “mentiras” acerca de su relación con los elfos, pues pronto comprendió lo delicado que era el asunto y rechazó el manto del viento cuando Endegal quiso devolvérselo cuando se disculpó ante el druida. Aristel lo rechazó argumentando que aquél había sido un regalo de corazón, y creyó que le sería de más utilidad al semielfo, aunque le hizo prometer a Endegal que nunca más volvería a mentirle.

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Se le ocurrió también al druida que podía trasladar allí sus cosas para enseñar a los elfos su sabiduría sobre la Naturaleza y la Magia. Sobre todo Hallednel fue partidario de esta iniciativa, pues deseaba como nada en el mundo echar un vistazo a los famosos pergaminos escritos por los Elfos Antiguos y sobre todo al Libro de la Magia Natural. Todos ellos estaban en posesión de Aristel, pero lejos, en una cueva muy cercana al Pantano Oscuro.

Al principio la idea no cuajó entre los elfos, pues conllevaba realizar una expedición fuera del Bosque del Sol, pero Aristel dijo:

—En esos escritos vive la sabiduría de vuestros antepasados, una sabiduría que ni siquiera yo he sabido descifrar, pero que seguro que en vuestras manos serían de gran utilidad. Cada vez se hace más dura la convivencia en estos terrenos yermos y de vida decadente. Aunque sea mucho aventurar, estoy convencido que con la sabiduría de los Elfos Antiguos seríamos capaces de eliminar por completo esta maldición que tanto daño nos hace, y así dejaréis de habitar en los árboles de la periferia y volveréis a vivir en armonía cerca del Arbgalen, como desde siempre habéis hecho.

Y así los convenció, aunque en realidad ningún elfo quiso participar en la expedición. Ninguno a parte de Telgarien que le ilusionaba la idea de participar en aquella aventura, y cómo no Algoren’thel, que se había visto otra vez recluido en aquella aldea, ahora más decrépita que cuando la abandonó días atrás. Aunque en realidad, a punto estuvo el Solitario de no formar parte de la expedición, porque sobre él recaía aún la culpa de haber abandonado la Comunidad sin permiso ni previo aviso, poniéndola en un peligro potencial. Pero por el interés mostrado por el Solitario, las recomendaciones de Telgarien, y la decisión de Endegal de quedarse en Ber’lea, hicieron que finalmente Ghalador le diese el permiso para realizar aquel viaje.

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Así fue como Aristel, Algoren’thel y Telgarien montaron a los tres caballos que habían sido llevados hacía días desde Peña Solitaria y marcharon hacia el Pantano Oscuro en busca de las pertenencias del druida. Tanto Avanney como Endegal se quedaron en Bernarith’lea; la bardo porque se encontraba muy cómoda entre aquellos seres aprendiendo de su cultura. Se sentía útil infundiéndoles esperanzas y oyendo las historias de los propios elfos que le aportaban nuevos e interesantes datos. Y el semielfo decidió quedarse porque quería saber más sobre la técnica de lucha de Alderinel, y Fëledar era quien mejor que nadie lo sabía. Continuarían con sus entrenamientos, pues tarde o temprano sabían que volverían a encontrarse con él, y seguramente intentaría matarlos.

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“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal