Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

31
Ruta inesperada

Amanecía en el Bosque del Sol y Avanney se despertó a los primeros rayos de luz que tocaron su rostro femenino. Ella estaba recostada al abrigo de unas raíces de un enorme árbol. Abrió los ojos y recordó muy a su pesar que a ella le había tocado la segunda guardia... ¡Y se había dormido! No podía saber si durante mucho tiempo, pues no supo aventurar en qué momento sucumbió en los brazos del placer onírico.

Buscó con la mirada a sus nuevos compañeros de viaje. A su derecha estaba un bulto cubierto por un par de mantas que no podía ser otro que Algoren’thel; su inseparable bastón y sus pertenencias reposaban junto a él y su rubia melena asomaba desmarañada. Miró a su izquierda, y donde debía de encontrarse Endegal, solamente descansaban los restos de un improvisado lecho. Sin duda, el de Peña Solitaria se había despertado antes que ella. ¿Pero dónde estaba? Escrutó los alrededores y vio que los tres caballos seguían allí. En cuanto a las pertenencias de Endegal, estaban también todas en el campamento, a excepción de su verde manto y el arco compuesto. Supuso que no habría habido ningún peligro durante el tiempo en que ella se había quedado dormida porque, en caso contrario, Endegal les hubiera avisado. Tampoco divisó signos de violencia o batalla alrededor del campamento. Por tanto, cabía esperar que Endegal hubiese ido de caza para abastecerse de comida para el desayuno.

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Era un buen momento para ejercitarse, pero se apartó ligeramente del campamento para no despertar al elfo. Realizó una serie de estiramientos para desentumecer sus músculos y poner a punto sus articulaciones. Desenfundó con un rápido movimiento sus dos espadas cortas y empezó con unos ejercicios y figuras que demostraban su habilidad en el manejo de aquellas armas. Las Dos Hermanas destellaban en el aire y lo hacían silbar. Los movimientos de la bardo con sus espadas eran precisos y estudiados; formaban parte de una danza mortal.

Cuando terminó, volvió a pensar en Endegal. Pensó que era una buena idea salir en busca de un buen desayuno y que ella misma debería ponerse en marcha también. Y así lo hizo; fue rastreando el suelo al mismo tiempo que las ramas de los árboles. Pudo recoger cinco setas silvestres que identificó como comestibles. Localizó un poco más al sur el nido de algún ave, en las ramas más altas de un árbol. Dejó las setas en el suelo y trepó como pudo por aquel tronco. Su rostro esbozó una sonrisa al encontrar sobre aquel nido cuatro huevos. Empezó su “saqueo” personal metiendo cada huevo por detrás de su cabeza, dentro de la capucha de su manto. Luego miró el nido vacío y pensó en la madre de aquellos huevos. Meditó un poco y cayó en la cuenta de que ellos eran sólo tres, así que devolvió un huevo.

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—Uno para cada uno —se dijo a sí misma.
Volvió al campamento, que no estaba muy lejos, y percibió que todavía no había regresado Endegal. Algoren’thel, por su parte, se había levantado ya, y había recogido su manta.
—Creí que me habíais abandonado —dijo el elfo.
—Pues no has tenido esa suerte —respondió ella con una sonrisa amistosa—. Estaba buscando algo para comer —añadió. Ante la cara de interrogación del elfo, la bardo se quitó el manto y le enseñó el contenido de la capucha, a lo que Algoren’thel sonrió con satisfacción. No consideraba los huevos como animales muertos.
—¿Y Endegal? —preguntó seguidamente el elfo.
—No lo sé —respondió ella—. Ya no estaba cuando desperté.
—¿Se ha ido sin avisarte del cambio de guardia y aún no ha vuelto? —preguntó incrédulo.
Avanney se ruborizó por el sentimiento de culpabilidad que aún le pesaba y contestó:
—Bueno, no exactamente. —Calló unos instantes y continuó—: Yo le he relevado de la guardia, y él volvió a acostarse, pero al final de mi turno me quedé dormida. No sé adónde ha ido, aunque supongo que habrá salido a por algo que comer.
—Pues ya ha consumido una parte considerable de tiempo para ello, ¿no crees?
—Es verdad —admitió ella, en el fondo contenta porque el elfo no le había recriminado el incumplimiento de su turno de guardia, algo que en un bosque donde los orcos pululan a sus anchas podría ser un error fatal—. ¿Crees que habrá tenido algún problema? —le preguntó finalmente.
—No lo sé, pero será mejor que empecemos a buscarle, por si acaso.
—¿Y abandonar el campamento y los caballos?
—Quédate pues. Yo daré un paseo por los alrededores —sugirió Algoren’thel mientras cogía a Galanturil, su bastón endurecido como la roca.
—¿Pero, estás bien? ¿Cómo van tus heridas? —le preguntó.
—No hace falta que te preocupes por mí. Estoy perfectamente.
—Ya veo. ¿Y vas a abandonarme aquí a mi suerte? —dijo ella como si fuese una niña asustada.
—Tengo que ir. Ya le perdí una vez y no voy a perderlo una segunda —aseguró el elfo, un poco avergonzado por no haber caído en la cuenta de que iba a dejar sola a aquella humana, a lo cual añadió—: No voy a alejarme mucho, no temas.
—Está bien, pero no tardes mucho, o tendré que salir yo también a buscaros, y luego no habrá quien encuentre a quién —amenazó la bardo con una pícara risita.

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§

Algoren’thel inspeccionó las huellas de Endegal al abandonar el campamento y pudo discernir la dirección que había tomado su amigo y la siguió, introduciéndose entre la espesura del bosque, pero pronto todo rastro del semielfo desapareció. Se apoyó en su cayado Galanturil y sonrió. En verdad aquel medio hombre, medio elfo, había asimilado muy bien y en poco más de tres años las artes élficas. O Telgarien fue un gran maestro, o Endegal un alumno muy aplicado. No le cabía la menor duda de que ambas partes tuvieron un gran peso en su desarrollo y aprendizaje. Y lo mismo podía decirse de su estilo de lucha. Había combatido junto a él y también contra él en una ocasión, y en todos los casos Algoren’thel lo podía calificar como un excelente guerrero, de un nivel equiparable incluso con el propio Fëledar, el Maestro de Armas de la Comunidad de Ber’lea. Sí, también Fëledar había instruido bien al semielfo en las artes de la lucha. Se podría decir que Endegal se había convertido en todo un elfo, y de los mejores, tanto por sus cualidades como por la absoluta integración que había tenido en su Comunidad. Ahora, todas esas enseñanzas se estaban volviendo en contra de Algoren’thel, pues le iba a traer mucho trabajo localizar a Endegal.

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Miró dónde desaparecía el rastro: exactamente a dos pasos de una roca. Seguramente, el semielfo había saltado encima de ella, y a partir de ahí, iría saltando a otras rocas cercanas o se subiría a un árbol, y se iría desplazando por las zonas menos susceptibles de dejar huellas. Realmente se abrían muchos caminos posibles. Casi podía imaginarlo realizando multitud de movimientos en multitud de direcciones. Pero el ánimo del elfo no decayó y dio un paseo por donde pensaba que podría haberse dirigido su amigo.

Finalmente desistió de su empresa y volvió hacia donde habían acampado. No había encontrado a su amigo pero había visto algo extraño que le inquietaba. Avanney, ante la espera, había estado recogiendo sus cosas y preparando el desayuno.

—¿Nada? —le preguntó ella al elfo tan pronto le vio aparecer solo entre los árboles.
—Nada —contestó él con la mirada aún escrutando los alrededores—. Su rastro desaparece pronto y no he conseguido encontrarlo de nuevo.
—¿Cómo es posible? Endegal me aseguró que eras un magnífico rastreador.
—Puede que exagerara. De todos modos él se ha ocupado de ocultar su rastro. Y lo ha hecho muy bien. Está bien adiestrado.
—¿Tan bien adiestrado que ni siquiera un elfo puede seguirle la pista?
—Tú lo has dicho, mujer —respondió él con cierto recelo.
—Mejor llámame Avanney —le rectificó ella—. ¿Y ahora qué hacemos pues? ¿Esperar?
—Tendremos que meditarlo. Podríamos desayunar y discutirlo —y se sentó en el suelo y se llevó a la boca unas bayas silvestres que había cogido mientras inspeccionaba la zona en busca de Endegal. Avanney se le sentó a su derecha.
—¿No te gustan las setas y los huevos? ¿O no te gusta como cocino? —preguntó ella con cierto malestar.
—No es eso —respondió él.
—¿Entonces? —dijo pidiéndole explicaciones.
—Pensé que eran para ti...
—Pues no. He supuesto que Endegal había salido de caza, así que esto era para acompañar el desayuno. En definitiva, era para todos, porque supongo que él hubiera compartido su caza con nosotros. ¿O no compartíais vuestra comida en vuestros viajes?
—Mira Avanney... —y se pensó mucho en explicarle en ese momento que él no comía animales muertos, pero pronto cambió de idea—. Yo no estoy acostumbrado a convivir con otra gente. He vivido siempre bastante apartado del resto. El viajar con Endegal ha sido algo excepcional. —Algoren’thel se veía extraño a sí mismo explicando algo tan personal como aquello a una humana que había conocido apenas tres días atrás, pero Avanney empezaba a transmitirle confianza—. Perdona si te he ofendido con mi actitud.
—¿Tan individualistas sois los elfos?
—No creas. Quizá un poco más distantes que vosotros los humanos, pero yo siempre he estado un poco apartado de la Comunidad.

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§

Continuaron charlando acerca de la personalidad del Solitario y de otros asuntos referentes a las costumbres de hombres y elfos, aunque Algoren’thel cuidaba mucho el no revelar datos comprometedores sobre Bernarith’lea tales como su ubicación, defensa o número de componentes. Finalmente, cuando estaban casi acabándose el desayuno, Avanney dijo:

—Nos hemos comido todo ya y Endegal sigue sin aparecer. ¿Qué podemos hacer?
—Esperaremos un poco más, pero no mucho. Hay algo extraño en el Bosque que no me gusta nada.
—¿Orcos? —insinuó la bardo.
—No. No son orcos, aunque algo me dice que ojalá lo fueran —dijo el elfo con cierto nerviosismo—. Tenemos que salir del Bosque lo antes posible. Esperaremos a Endegal un poco más, y si no aparece, entonces nos marcharemos.
—¿Y abandonarías a tu amigo a su suerte?
—No sabemos nada de él. Quizás haya encontrado problemas y haya estado buscado una ruta alternativa para no atraer hasta nosotros a sus perseguidores. Sea como fuere tenemos las mismas probabilidades de encontrarlo tanto si lo buscamos como si no. Simplemente le daremos una hora más, por si intenta volver aquí.
—Insinúas que quizás él piense que viniendo hacia aquí, puede atraer el peligro hacia nosotros, y por tanto, tomaría una ruta opuesta —razonó Avanney.
—Probablemente. Es muy capaz de hacerlo, créeme —admitió el elfo.
—¿De verdad piensas creer eso para abandonarle?
—¿A qué te refieres? —repuso mosqueado.
—Dices que algo perverso acecha en el bosque. ¿Con qué motivo lo afirmas? Yo no veo ni siento nada extraño.
—¿Acaso no me crees? —le replicó.
—No sé qué puedes ver de extraño en este bosque. Yo incluso diría que es el más hermoso que he visto nunca.
—Los animales del bosque están alterados, no actúan de un modo normal. Además, puedo asegurarte que siento cómo el Bosque entero se estremece ante un horror que nunca ha visto.
—¿Es propio de los elfos sentir lo que tú dices que sientes?
—Supongo que así es. Aunque puedo decirte que sólo sé que los humanos tenéis una percepción del mundo más limitada que nosotros.
—Esto no tiene sentido. Si Endegal no regresa porque ha captado lo mismo que tú, entonces es imposible, pues Endegal es humano, y no sería normal que tuviera esa “percepción del mundo” típica de los elfos. Admítelo, Algoren’thel: no encaja.
—Puede que él no lo haya sentido, sino que se haya topado con el problema en sí —dijo rápidamente y asombrado por la capacidad de deducción de Avanney. Y razonó las consecuencias de aquellas deducciones y hacia dónde estaban encaminadas—. ¿Piensas que es mi deseo perder de vista a Endegal?
—Bueno, no lo sé, pero yo barajo todas las posibilidades.
—¡Explícate! —exigió el elfo visiblemente molesto.
—Por lo que sé, es la segunda vez que pierdes a Endegal en sólo tres o cuatro días. Quizás uno de los dos intenta separarse del otro. Yo no sé qué pasó en el Pantano Oscuro, y no puedo juzgar más allá de lo que no tengo total Conocimiento. Pero en Vúldenhard, Endegal parecía decidido a encontrarte, mientras que tú seguiste tu camino sin saber nada de él. —Se echó la mano a la barbilla y otra posibilidad acechó sus razonamientos—. Aunque pensándolo bien, tan pronto llegamos a Peña Solitaria, él preguntó por su madre y al saber que estaba muerta todo dejó de importarle, incluso su propia vida y la nuestra.
—¡No es motivo para acusarle! Él amaba a su madre por encima de todo. Yo sólo le acompañaba, y él me permitió hacerlo.
—Sin embargo, desde la noticia del fallecimiento, ha estado demasiado ensimismado y muy afectado. No creo que haya dormido más de tres horas esta noche. Puede que sólo esté buscando el consuelo de la soledad momentánea o puede que haya decidido abandonarnos para siempre —aventuró ella.
—¡Imposible! Sólo se ha llevado el arco. El resto de sus cosas están aquí —razonó él.
—Si lo que quiere Endegal es evitarnos y huir, ¿no sería de este modo, dándonos esperanzas de que volverá, para poder retenernos aquí durante el máximo tiempo mientras él huye de nosotros?

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A Algoren’thel le pillaron por sorpresa estos razonamientos, pues por primera vez creyó que la bardo tenía algo de razón. ¿Qué pasó exactamente en el Pantano Oscuro? No había tenido ocasión aún de hablarlo con Endegal, pero recordaba que él había vuelto a buscar al semielfo entre la nube de mosquitos y... ¡Endegal ya no estaba! Si había logrado salir de aquella inmunda plaga por otro lugar y antes que él mismo, Endegal debía de haber sobrepasado a Algoren’thel en su camino hacia Vúldenhard. ¡Y sin embargo fue el elfo quien llegó primero! Era toda una incógnita.

Luego pensó en su reencuentro en Peña Solitaria. Seguramente la circunstancia se debía solamente al hecho de que Endegal buscaba a su madre, y no porque le seguía la pista a él. Si ahora en verdad estaba tan afectado por la muerte de Darlya como para querer deshacerse de ellos, ¿adonde iría? ¿A Bernarith’lea? No lo creía. Buscaría la soledad más profunda.

—¡No creáis que no llegué a pensarlo! —gritó Endegal asomándose desde detrás de un árbol.

Los dos contertulios dieron un salto ante el hecho súbito de que alguien les hubiera sorprendido en aquellos instantes de tensión. Endegal se acercó a ellos con total naturalidad, aunque de su rostro manaba cierta intranquilidad. ¿Durante cuánto tiempo habría estado allí escuchando agazapado?

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—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Algoren’thel.
—No podía dormir, como muy bien has deducido, Avanney, a causa de la muerte de mi madre. Veo que tu mente está más despejada que la de cualquiera de nosotros para razonar sobre todos los acontecimientos.

Miró a Avanney con cierta admiración y prosiguió con un profundo pesar en su voz:

—He ido a cazar algo para el desayuno, cuando me he dado cuenta de que algo en el Bosque no marchaba bien.
La bardo y Algoren’thel cruzaron sus miradas. Avanney no parecía comprender cómo Endegal podía percibir lo mismo que el elfo, a no ser que...
—Yo también me he dado cuenta, Endegal —apuntó Algoren’thel—. Los animales están intranquilos, incluso parece que migran o huyen de algo. ¿Has visto lo que es?
—No. Ni lo he visto ni sé lo que es, pero debe de ser algo espantoso. He recorrido una parte del Bosque, y estuviera donde estuviera yo, me pareció que los animales siempre huían de una misma dirección.

Y Endegal miró a Algoren’thel intentando decirle algo más con la mirada que con las palabras, y el elfo interpretó que era algo que Endegal no quería que la bardo supiese. Podía imaginar lo que era, pero no podía creerlo. El elfo frunció el entrecejo como preguntándole a Endegal a qué venía todo aquello, a lo cual el semielfo añadió con énfasis:

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—Todos los animales huían de un lugar, aunque yo no he llegado hasta allí porque aún está lejos, pero que no puede ser de otro sitio. Creo que sabes a qué lugar, de entre todos los lugares de este Bosque, me refiero, amigo.
Algoren’thel continuaba sin querer creer lo que parecía que Endegal le estaba insinuando, así que tuvo que preguntárselo de un modo más directo, aunque discreto.

—¿De nuestro lugar de origen? —le preguntó en la lengua de los elfos y refiriéndose claramente a Bernarith’lea, a lo cual Endegal asintió con la cabeza.
Algoren’thel no daba crédito. Eso lo complicaba todo aún más, porque aquello sólo podía significar una cosa.
—La Visión de Hallednel... —murmuró Algoren’thel, todavía en élfico.
—Eso es lo que mucho me temo, amigo mío... —dijo resignado Endegal, ya en la lengua común.

Entonces Avanney ya no pudo contenerse más y estalló.

—¿Hablando en clave? ¿O acaso es la lengua de los elfos lo que acabo de oír? —preguntó airada—. Desde que nos hemos conocido no he oído más que mentiras por vuestra parte. Creía que después de la charla de anoche habíamos dejado zanjado este asunto, pero ya veo que no. Continuáis ocultándome cosas que para mí son de interés personal, y todavía no sé el porqué.
—Si supieras el porqué, Avanney, lo sabrías todo —le dijo el elfo—. Y precisamente por eso, es mejor que nada más sepas sobre este asunto. Tu seguridad y la nuestra dependen de ello.
—No creo que el Conocimiento de algo me aporte desventajas —dijo todavía airada—. Yo vivo del Conocimiento; es mi obsesión y mi vida, porque conocer el cómo y el porqué puede ser de gran ayuda para resolver todos los problemas que se ciernen sobre estos reinos. Es más, yo diría que es la única forma de resolverlos, pues no se puede resolver un problema si no se sabe qué es lo que lo ha provocado.
—Este problema nada tiene que ver con tus historias, bardo —le aseguró Endegal.
—Eso es lo que vosotros creéis, pero os equivocáis de buen grado —replicó Avanney—. Vosotros mismos sabéis que algo extraño está ocurriendo aquí, a no ser que sea otra de vuestras mentiras para abandonarme o alejarnos de este lugar, y ni siquiera sabéis qué demonios está pasando. ¿Cómo estáis tan seguros de que no tiene ninguna relación con el afloramiento del odio entre nuestras gentes, de que el Rey Emerthed haya conseguido la juventud eterna junto a un poder destructivo sin igual y de que en los Tiempos Olvidados los elfos y los hombres dejaran de coexistir y relacionarse sin saber aún por qué?

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Los dos amigos se miraron mutuamente con cara de circunstancias, con lo que la bardo supo enseguida que había dado en el clavo en sus afirmaciones y prosiguió:

—No sé aún cuál es vuestro propósito, ni adónde teníais pensado ir ahora que sabéis que la madre de Endegal está muerta, pero creedme si os digo que creo firmemente que vuestro asunto, de una manera directa o indirecta, está relacionado con el mío, así que me ofrezco voluntaria para ayudaros en lo que sea. Estoy segura que pronto descubriremos que nuestras líneas de acción se unirán hacia un objetivo común: saber el porqué de todas nuestras dudas. Si os sirve de consuelo, os diré que he deducido que de donde decís que hay un grave problema, hay más elfos como Algoren’thel, y que sin duda es un lugar que Endegal ya ha visitado.

Endegal y el elfo se quedaron nuevamente pasmados.

—Y más aún —prosiguió la bardo—. Puedo ver en vuestros rostros que lo único que os preocupa es que yo sepa que aquí, en el Bosque del Sol, existe una civilización de elfos, que ha permanecido oculta a los ojos humanos desde hace mucho tiempo.
Avanney vio cómo a ambos se les salían los ojos de las cuencas sorprendidos por aquellas deducciones, y así pudo saber enseguida que estaba en lo cierto.
—Así que, bien, ya veis que sé todo esto y algunas cosas más de las que no hablaré hasta que no tenga más datos para contrastar. Así que ninguna noticia más que podáis contarme podría “perjudicarme” más. ¡Ah! —exclamó como recordando algo—. Y por si fuera necesario, os puedo decir que podéis confiar en mí, que no revelaré nada de vuestros asuntos a nadie sin vuestro consentimiento, porque me parece adivinar que lo que más os preocupa es que los elfos sean descubiertos...
—Así es —admitió Algoren’thel con resignación, al ver que no podía hacer nada frente a la capacidad de deducción de aquella humana.
—Entonces —continuó Avanney—, creo que a partir de ahora deberíamos hablar todos claramente sobre el asunto y determinar qué es lo que vamos a hacer a partir de ahora. —Miró a los dos indecisos y prosiguió—: ¿Vamos a ayudar a vuestros amigos los elfos y averiguar qué está pasando, o vamos a huir de este Bosque y quedarnos con la duda?
—Buena pregunta —dijo Endegal mirando a Algoren’thel, al que le preguntó—: ¿Estás dispuesto a volver para ayudar a la Comunidad o aún deseas seguir tu propio camino?
—¿Y qué hay de ella? —preguntó el elfo receloso.
—Ella ya lo sabe todo. Y creo que una buena forma de vigilarla para que no diga nada a nadie, es dejar que nos acompañe. Además, no hay duda de que la Profecía ya se ha cumplido y ella no ha tenido nada que ver.
—¡Pero si viene conocerá la localización exacta de Bernarith’lea! Con lo que sabe ahora no puede crear tantos problemas como si entra en la Comunidad. ¿Y qué pensarán de todo esto Ghalador y los demás?
—En eso tienes razón. No creo que les hiciese mucha gracia la presencia de una humana en Ber’lea, sobre todo a Alderinel y Ghalador, pero ten en cuenta, amigo mío, que la Comunidad ya ha sido descubierta de alguno u otro modo, y ahora están en peligro y sin duda necesitan de nuestra ayuda. Todo lo demás es secundario. Lo que quiero saber es si tú estás dispuesto a volver allí ahora.
—Mi corazón no descansaría tranquilo sabiendo que la Comunidad estuvo en apuros y que yo no hice nada para ayudarla.
—Eso está bien. No esperaba menos de ti, amigo. ¿Y tú, Avanney, qué vas a hacer?
—No me perdería esto por nada del mundo —dijo ella decidida.

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§

Y de este modo recogieron el campamento tan deprisa como pudieron y emprendieron el rumbo esta vez hacia Bernarith’lea. Algoren’thel y Endegal hablaron sin demasiado pudor acerca de la ausencia de los elfos vigilantes en diversos puestos habituales, sobre todo de lo que ambos notaron en la entrada del Bosque. Coincidieron en que muy grave tenía que ser la situación para que los puestos de los vigías estuvieran alguna vez desocupados.

Anduvieron durante bastante tiempo, ya que la ruta elegida por Endegal la noche anterior había sido intencionadamente contraria a la que llevaban ahora, y Avanney se dio cuenta de ello. Casi todo el trayecto mantuvieron a los caballos por las bridas, ya que el camino más corto para llegar a la comunidad élfica estaba lleno de ramas bajas que dificultaban el cabalgar, y la hierba y arbustos también entorpecían, pues eran bastante altos.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Endegal dirigiéndose a Avanney.
—Rasca tu arpa, Endegal —le invitó a continuar la bardo, y así lo entendió el semielfo, aunque nunca había oído aquella expresión. A decir verdad, nunca había hablado con un bardo.
—Si no nos hubiésemos encontrado nunca, es decir, si no hubiésemos aparecido ni Algoren’thel ni yo por Vúldenhard, ¿qué estarías haciendo ahora? ¿Seguirías en aquella ciudad, yendo de taberna en taberna para escuchar los rumores y chismorreos de los ciudadanos y bandidos? ¿O quizás despellejando a los pobres viajeros y mercaderes para oír las nuevas?
—Es posible que aún estuviese allí, pero mi camino, al igual que el vuestro, no acababa en Vúldenhard. No habría tardado en salir de aquella ciudad y habría continuado con mis investigaciones.
—¿Dónde?
—Seguramente en las Colinas Rojas. Hay historias sobre un dragón que arrasó las montañas de por allí. No sé si se trata del mismo que murió en Hyragmathar, pero me gustaría conocer los relatos de los propios enanos que moran por aquellas tierras.
—Y cuando recopiles todos los datos sobre lo que ocurrió, ¿qué harás?
—Intentaré que desaparezcan estas estúpidas guerras, y que los elfos y los humanos volvamos a convivir en paz.
—Ya. Todo eso está muy bien, pero, ¿no te sobrepasa esta tarea? —Ante la fulminante mirada de la bardo, Endegal se vio obligado a especificar—: No dudo en que acabes de recopilar y saber todo lo que quieras, pues veo que eres una mujer muy inteligente, pero detener una guerra me parece más una tarea de ejércitos, reyes y reinos que no de un bardo.
—Estás tan ciego como todos los demás, estimado Endegal —replicó ella—. El Conocimiento es la clave del Poder. El Poder es Conocimiento y el Conocimiento es Poder. No me digas que no puedo hacer algo si poseo su Conocimiento.
—Hablas del Conocimiento como si fuera una característica.
—El Conocimiento es un todo y una pequeña fracción de sí mismo, al mismo tiempo.
—No entiendo.
—Ya lo sé —afirmo rotundamente y prosiguió—: También forma parte de todo y del Todo, de cada objeto, de cada planta, de cada ser y de todos ellos a la vez. Una acción realizada a conciencia y no llevada por la casuística conlleva un Conocimiento previo de ella. Por ejemplo —aclaró—, tu amigo Algoren’thel puede ser muy hábil con su bastón, y eso se debe a que tiene un gran Conocimiento de su arte. Conoce las dimensiones y peso de su cayado, así como su dureza y flexibilidad, y lo que es más importante, conoce como adaptar el bastón a su cuerpo para realizar los distintos movimientos de defensa y ataque, que a su vez es posible porque tiene Conocimiento de sus rivales: cómo actúan y cuáles son sus armas y estrategias de combate, y por tanto, Conoce sus puntos débiles. Estos Conocimientos son importantes para él, pero realmente son insignificantes frente al Total Conocimiento. Sólo Arkalath, Dios entre los Dioses, posee el Conocimiento Absoluto, y por ello fue capaz de crear todo cuanto nos rodea, incluso a nosotros mismos.
—Hablas como Telgarien, Avanney. Creo que debería presentártelo cuando lleguemos a Ber’lea.
—Si es que aún vive... —interrumpió Algoren’thel de pronto.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Endegal.
—Hay algo que no me gusta nada... —dijo el elfo con aire visiblemente preocupado cuando ya se estaban acercando. Una mirada interrogativa de Avanney y Endegal le instaron a continuar—. No veo el reflejo de Los Cuatro, y sin embargo estamos demasiado cerca de Ber’lea como para no distinguirlo.
—¿Qué significan tus palabras, Algoren’thel? —preguntó la bardo que nada sabía de la función y existencia de los émbeler.
—Nada bueno —fue la respuesta escueta de Endegal.

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Dejaron los caballos atados a un árbol, pues además de entorpecer su marcha, podían ser avistados por el enemigo potencial. Y así, prosiguieron sin ellos.


§

Un poco más adelante, los tres compañeros empezaron a adentrarse con sigilo hacia donde supuestamente estaba Bernarith’lea, pues sin el reflejo de los émbeler, no era tan fácil encontrar la dirección correcta en primera instancia; pero la zona les era muy familiar para el elfo y el semielfo, por lo que aventuraron que estaban ya muy cerca de su destino. Avanney se sorprendió al ver cómo los dos amigos se adelantaban a ella y realizaban extrañas maniobras de aproximación, y de que muchas de ellas las realizaban subiéndose a los árboles. A ella le tocaba esperar un poco más atrás, hasta que ellos le indicaban que debía de continuar. En muchos casos ella misma los perdía de vista, porque eran capaces de aprovechar cada sombra, cada matorral, cada roca, y cada tronco como escondrijo. Y cuando se subían a los árboles era aún peor, porque eran capaces de pasar de una rama a otra y de un árbol a otro sin provocar ningún movimiento ni sonido extraño al propio bosque. En una de las ocasiones, Avanney vio incluso como Algoren’thel pudo situarse en una rama al lado de una ardilla sin que ésta se asustara ni se molestara en marcharse de allí.

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Endegal le hizo la señal a Avanney para que avanzara poco a poco por enésima vez, y cuando ésta avanzó apenas un par de pasos de pronto le indicó que se parase y guardase silencio. Parecían haber advertido algo. Avanney se agachó de nuevo y miró alrededor. No vio absolutamente nada. De pronto notó como tres sombras que se movían con celeridad y asombroso silencio pasando por encima de su cabeza, desplazándose por los árboles. No los distinguió bien, pero pudo imaginar que eran elfos, a juzgar por la habilidad con que saltaban y pasaban de árbol en árbol. Una técnica igual a la de Endegal y Algoren’thel.

—¿Gironthel? —llamó Algoren’thel. Las tres sombras se detuvieron de inmediato. Algoren’thel hizo señas con las manos y se puso al descubierto. Avanney se dio cuenta de que Endegal permanecía a cubierto y con el arco preparado.
—Algoren’thel, compañero, ¿dónde has estado durante todos estos días? Algunos ya te daban por muerto —dijo uno de ellos al reunirse con Algoren’thel subido en otra rama.
—No hay tiempo para la charla —atajó él—. ¿Qué ha pasado en Bernarith’lea?
—La Visión, amigo mío. Se ha cumplido —dijo Arvunïl.
—Es lo que imaginábamos —dijo Endegal saliendo de su escondite y viendo que no había peligro inminente—. Pero contadnos qué ha sucedido. ¿Acaso hemos sido atacados?
—Peor que un ataque, hermano —dijo Gironthel—. Alderinel... —empezó, pero detuvo su relato cuando Avanney avanzó, poniéndose al descubierto, a lo que los tres elfos que no la conocían empuñaron sus arcos respectivos a una velocidad inédita para la bardo y le apuntaron.
—Tranquilos —les dijo el semielfo—. Ella viene con nosotros.
—¿Por qué la habéis traído aquí? —preguntó Gironthel en tono acusador.
—Venimos huyendo de la guerra que se ha desatado en Peña Solitaria. Nos ocultamos en el Bosque. Ella venía con nosotros cuando notamos que algo terrible ocurría en Bernarith’lea. No tuvimos otra elección que traerla con nosotros, pues creímos que podría ayudarnos ante una posible invasión —explicó Endegal.
—Pues habéis obrado mal, aunque en realidad no creo que las cosas puedan empeorar ya. Otro humano ha entrado en Bernarith’lea.
A Endegal se le heló la sangre sólo con pensar que el humano al que se referían los elfos pudiera ser Aristel.
—¿Por eso está tan alterado el Bosque? —preguntó Algoren’thel—. ¿Por la presencia de un humano en Bernarith’lea? ¿Qué ha podido hacer un humano para desestabilizar la armonía de todo el Bosque? Ni siquiera desde aquí distingo el Resplandor de Los Cuatro.
—En realidad, no ha sido él el causante, por lo que sabemos, o no de forma directa...
—¿Entonces qué o quién...?
—Alderinel...
—¿Alderinel? ¿Cómo...?
—El tiempo apremia, Algoren’thel. Debes acompañarnos ahora. Encontramos ayer a un humano enorme y un mediano que viajaban juntos. El humano mató a Elkerend y fue abatido. El mediano asegura conocerte. ¿Has conocido a algún mediano en Vúldenhard?

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El Solitario hizo una mueca de preocupación, no por la extraña presencia de Dedos en el Bosque, sino porque sus hermanos elfos habían descubierto que había salido al Mundo Exterior, poniendo en claro peligro el destino de la Comunidad, como así lo demostraba el hecho de que un mediano le hubiera seguido hasta allí en su búsqueda.

—Sí, Solitario —continuó Gironthel—, hemos averiguado que te has expuesto al Mundo Exterior sin permiso de la Comunidad, y tus actos serán juzgados, no lo dudes, pero ahora vayamos al encuentro del mediano mientras hablamos. Tenemos mucho de qué charlar.

Algoren’thel, dirigió una mirada hacia sus dos compañeros de viaje y preguntó:

—¿No está en Bernarith’lea?
—No —dijo Gironthel—. Ha pasado la noche atado en la cima de un árbol. —Luego añadió dirigiéndose a Endegal y Avanney—: Vosotros dos id hacia Bernarith’lea, Arvunïl os acompañará.

Avanney hizo un gesto de interrogación, porque la mayoría de la conversación se había desarrollado en élfico, a lo que Endegal le explicó:

—Un mediano de Vúldenhard, supongo que ese tal Dedos si es que no hay otro, nos ha seguido hasta el Bosque y ha preguntado por Algoren’thel. Han ido a buscarlo. Nosotros iremos a Ber’lea. Por el camino nos acompañará nuestro amigo Arvunïl, que nos explicará en el lenguaje común qué desastre ha sucedido —Arvunïl le miró extrañado—. No te preocupes —le dijo ahora al elfo—; ella es de confianza.

31. Ruta inesperada

Demonios blancos / Víctor M.M.

No parecía el elfo muy convencido de aquello. En pocos días habían ocurrido cosas muy extrañas en la pacífica aldea de los elfos y estos sucesos a ellos, que estaban desde tiempos ya olvidados totalmente aislados del resto del mundo, les costaba de asimilar. Aún así, cuando llegaron a Ber’lea, tanto Endegal como Avanney se enteraron de lo que había sucedido en los últimos días, y Arvunïl preguntó por Darlya y se apenó al saber la nefasta noticia, tanto como si hubiera conocido a la madre de Endegal toda su vida.

31. Ruta inesperada

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
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By Víctor Martínez Martí @endegal