Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

29
Muerte y captura

Llevaban largo tiempo caminando, Wunreg guiaba a su caballo por la brida, siguiendo aquella senda durante horas, y no habían encontrado aún ni rastro de Endegal, Avanney y Algoren’thel; ni siquiera hallaron una sola huella de los cascos de sus caballos. Hacía rato que, bien entrada la noche, Wunreg había sugerido acampar, pero el mediano se había negado, alegando que debían divisar al menos a Endegal y compañía, o correrían el riesgo de perderlos definitivamente.

—¡Ya está, bien! —gruñó Wunreg definitivamente—. ¡Me niego a tropezar una vez más en esta inmunda oscuridad, Dedos! ¡Acampemos de una vez!
El mediano, que gozaba de una mejor visión que el humano, apenas había tenido problemas hasta el momento para avanzar, pero cuando una nube se interponía entre la luna y ellos, también él sufría las consecuencias de aquel paseo nocturno por el bosque.
—Tienes razón —admitió el mediano—. Confiaba en que acamparan ellos antes que nosotros, y así poder alcanzarles. Pero algo me dice que ellos no han tomado esta ruta, aunque parece la más idónea para atravesar el bosque. Incluso así, saben ocultar su rastro de un modo impecable. Han conseguido despistarnos.
—Entonces, ¿qué te parece si paramos aquí?
—S.. Sí —tartamudeó Dedos finalmente tras mirarlo con cierta inquietud.

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No se había dado cuenta hasta ahora y se extrañó por ello. No sabía como, pero al mediano le pareció que llevaba bastante tiempo llevando las riendas de la persecución. Lo que era más sorprendente es que se habían invertido los papeles. Wunreg era un enorme, fornido, orgulloso y mortífero jefe de una banda de ladrones allá en Vúldenhard y Dedos simplemente era un mediano atrevido que se contentaba con sobrevivir por aquellas calles utilizando sus argucias, haciendo y recibiendo favores de las distintas bandas. El apodado Sanguinario era una de sus alianzas más poderosas en aquella ciudad amurallada y ahora había aceptado seguirle a cambio de promesas que incluían palabras como “oro” y “venganza”. Eso era un buen reclamo para Wunreg, sin duda, pero de eso a acatar las decisiones de un indefenso mediano había un abismo. Era una situación del todo impensable para él. ¡Wunreg acataba sus órdenes! ¿Cómo había llegado él a llevar una actitud tan autoritaria sin darse cuenta? ¿Y cómo había llegado el enorme humano a tal sometimiento?

Pensó que quizás Wunreg confiaba en la experiencia que el mediano tenía en los largos viajes, y esa misma confianza hizo que él mismo, sin pensarlo, se fuera colocando en una posición de mando. Sí, debía de ser eso...

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—No encendamos ningún fuego —continuó Dedos, confiando en su buen criterio— y apartémonos del camino.
—Estoy de acuerdo. Si hay orcos en estas regiones, seríamos dos presas fáciles para ellos. —Y aferrando con fuerza ambos extremos de Desgarradora añadió—: Aunque tengo ganas de toparme con alguno y destriparlo.
—Yo no tengo tantas ganas como tú. Y tú tampoco deberías tenerlas, sobre todo si nos sorprenden durmiendo.

Cogieron las mantas de los bultos que estaban en el caballo y se hicieron unos lechos bastante cómodos. Se dispusieron a dormir, aunque a Dedos le costó un poco más de lo normal.

Estaba ya el Sanguinario durmiendo y soltando algunos leves ronquidos, mientras que Dedos no estaba del todo tranquilo. Había algo en ese bosque que lo intranquilizaba. ¿Dónde estaban Avanney, Algoren’thel y Endegal? Habían entrado al bosque apenas lo hicieron ellos y desde entonces que no habían encontrado ni el más mínimo rastro. Dedos sabía que él no era un experto rastreador, pero un mínimo de dos personas y dos caballos no podían pasar desapercibidos. Tenían que dejar mínimas señales a su paso, y si se hubieran esmerado en ocultarlas, hubieran perdido demasiado tiempo, con lo que inevitablemente les habrían dado alcance de inmediato. A no ser, claro, que se hubieran desviado del camino principal justo en la misma entrada. Sí, era lo más probable, pero, ¿significaba aquello que la bardo y compañía habían advertido su presencia?

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Un sonido proveniente de más allá de los ronquidos de Wunreg alertó a Dedos. Un leve crujido de hojas. ¿Sería un animal? ¿O quizás un orco? Se estremeció en pensar que pudiera tratarse de una expedición de orcos. El mediano estaba tumbado con la cabeza mirando hacia su compañero de viaje, y, por tanto, en dirección al origen de aquel sonido. No tenía la intención de advertir a su acechador de que sabía de su presencia, y no movió ni un músculo, aunque los tenía tensos. Ni tampoco apartó la mirada de aquellos arbustos, mientras un ligero escalofrío recorría su cuerpo. Intentó tranquilizarse. No debería despertar al enfadadizo Wunreg de su letargo por un simple animal nocturno. Sin embargo, algo le decía que se encontraban en peligro.

Siguió escrutando los alrededores con la mirada y lo siguiente que sintió fue el frío contacto de la punta de una espada posada en su mejilla. Con el sobresalto casi se la clavó, y un reguerillo de sangre apareció tras el tajo de la afilada espada.

—¡Levantaos! —dijo una voz detrás de los matorrales, a lo cual aparecieron tres sombras más.
Eran un total de cinco sombras, y Dedos ni se atrevió a volver la vista atrás para ver a su atacante.

29. Muerte y captura

Demonios blancos / Víctor M.M.

Wunreg se levantó con sobresalto enarbolando a Desgarradora. Vio las oscuras siluetas armadas con espadas y arcos. Uno tenía a Dedos bajo control y otro apuntaba al mediano con su arco. Los otros tres rodeaban ya al Sanguinario. Uno con la espada en mano, y los otros dos con sendos arcos. Wunreg bajó los brazos en señal de rendición y soltó uno de los extremos de su mortífera arma.

—¿Quiénes sois y qué hacéis aquí? —preguntó uno de los asaltantes.
Fue al girar Dedos su cabeza cuando la visión de su captor, que estaba lo suficientemente cerca como para distinguirlo, le extrañó por completo. No pudo contener sus propias palabras y preguntó:
—¿Algoren’thel?

El parecido era impresionante, y el mediano no supo si era el mismo Algoren’thel o alguien con unos rasgos demasiado similares.
Los elfos se quedaron pasmados al oír el nombre del Solitario; aquellos dos personajes parecían conocerlo.
—¿De qué conocéis a Algoren’thel? —le preguntaron.
—Lo conocimos en Vúldenhard... —tanteó Dedos, y viendo que aquellos seres tenían el mismo aspecto y por supuesto conocían a Algoren’thel, continuó—: Y le acompañamos hasta Peña Solitaria. En mitad de la batalla le perdimos, y pensamos que había entrado en este bosque... ¿Le han visto ustedes?

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Los elfos se miraron mutuamente. No entendían bien la situación. Por supuesto, nada sabían del Solitario desde hacía días, pero nunca imaginaron que hubiera huido al exterior del Bosque, y sin duda lo había hecho. Era una imprudencia digna de ser castigada. Aquellos extraños estaban allí por culpa de la actitud irresponsable del Solitario.
En condiciones normales, los elfos jamás hubieran irrumpido en el campamento de dos viajeros mientras dormían. Pero la situación lo había requerido. Los elfos habían oído el Cuerno de la Guerra y se dirigían a Bernarith’lea, seguros de que la Comunidad estaba sufriendo un ataque. Al ver acampados a esos dos, se les ocurrió averiguar si tenían algo que ver con aquella alarma, y de ser así, los eliminarían. Pero el asunto no estaba nada claro. ¿Eran amigos o enemigos? El caso es que no sabían cómo actuar ahora que se habían mostrado ante ellos. Tenían que matarlos, hacerlos presos o ignorarlos, pero sobre todo llegar lo antes posible a Ber’lea.

Ante esta duda, quizás otras razas hubieran optado por matarlos para asegurarse. Pero no eran otra raza, eran elfos, y se pusieron a hablar entre ellos en su lengua secreta para hacer de su charla una conversación privada.
—¿Qué hacemos con ellos, Gironthel? —dijo el que tenía inmovilizado a Dedos.
—No lo sé, Arvunïl —dijo éste con aire pensativo—. No podemos dejarles campar a sus anchas después de la Visión y menos aún después de haber oído el Cuerno de la Guerra. Pero tampoco podemos matarles sin más.
—Hagámoslos prisioneros. Les taparemos los ojos y los llevamos a Ber’lea. Allí se decidirá su destino —dijo otro.
—¿Estás loco, Elkerend? Corre el tiempo en nuestra contra. Nos retrasarían y va contra las costumbres. ¡Nadie que no sea uno de nosotros puede entrar en la Comunidad, y menos aún en estos tiempos! ¿Y si cuando llegamos descubrimos que estamos siendo atacados por gente como ésta? Podrían escapar y ser un peligro para nosotros.
—Si les dejamos aquí, puede que también lo sean. Podrían seguirnos y descubrir nuestra aldea —dijo Elkerend.
Gironthel reflexionó sobre ello unos instantes. Todos parecían esperar su veredicto. Finalmente cambió al lenguaje común y dijo:
—Si en verdad sois amigos de Algoren’thel, entregadnos vuestras armas. Seréis atados a un árbol de tal modo que podáis dormir si así lo queréis, pero no escapar. Hablaremos con Algoren’thel —dijo a sabiendas de que tampoco los extranjeros sabían donde estaba el Solitario—. Si decís la verdad, mañana por la mañana vendremos a desataros y podréis seguir vuestro camino en paz, y si no, vendremos igualmente, pero para mataros. ¿Qué decís a eso?
—¡Pero si os decimos la verdad! —replicó Dedos rápidamente, antes de que Wunreg hiciese o dijese algo que lo estropeara todo—. ¡Y dormir toda la noche atados a un árbol! ¡Estaremos indefensos si nos encuentran los orcos!
—El dormir o estar despiertos es decisión vuestra —dijo Gironthel enérgico—. El que os encuentre algún orco resulta improbable en esta zona del Bosque, y si lo hacen... ¡Mala fortuna! De todos modos, si nosotros hubiésemos sido orcos, no hubierais tenido escapatoria, a pesar de estar libres de ataduras.

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—¡No dormiré atado a un árbol! —gritó Wunreg finalmente. Observaba aquellas personas con sus extraños atuendos, y cada vez que los miraba, veía a un Algoren’thel, y tenía ganas de machacarle el cráneo.
—¡Lo harás, o morirás! —aseguró Elkerend—. ¡Y decide rápido, pues el tiempo nos apremia!

Wunreg miró a Dedos, y el mediano le hizo un gesto de asentimiento para tranquilizarlo. El Sanguinario puso su arma en posición de entrega, extendiendo las dos manos, invitando a que se la cogieran. El elfo más próximo, Elkerend, destensó su arco y guardó la flecha. Se acercó a Wunreg y cogió con las dos manos la cadena de Desgarradora, que reposaba entre las manos del Sanguinario.

Wunreg aferró ambas manos a los extremos y lanzó la bola de fundición —con su derecha— sobre el rostro de Elkerend, que cayó al suelo como una marioneta sin hilos. Wunreg se movió rápidamente hacia un lado y lanzó la bola sobre Arvunïl. El elfo, ya prevenido, levantó su espada y logró detener la trayectoria del hierro. Se oyó el chasquido de dos arcos, y rápidamente dos flechas se clavaron sobre el grandullón, una en la cadera, otra sobre el hombro izquierdo. Wunreg no pareció inmutarse y dirigió con la izquierda el filo cortante de Desgarradora atacando de nuevo a Arvunïl. El elfo paró como pudo el brutal ataque interponiendo su espada a la trayectoria del filo cortante. Tras el choque, ambos cayeron al suelo, y el elfo se llevó la peor parte; pues se quedó debajo, y con el brazo de la espada inmovilizado por el cuerpo del Sanguinario. Vio horrorizado como la bola de hierro buscaba su cabeza. Cerró los ojos y apretó los dientes esperando el intenso dolor.

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Notó el dolor, pero la bola de fundición cayó por su propio peso sobre su mejilla, sin el impulso que debía de darle el enorme humano. Cuando abrió los ojos vio a Wunreg con dos flechas clavadas en el cuello, que caía desplomado sobre él. Wunreg había muerto.

Tras liberarse del cuerpo inerte del Sanguinario, Arvunïl contempló, junto a sus hermanos elfos, el cuerpo tendido de Elkerend. Su cráneo había sido aplastado por aquella bola metálica y lo había matado.
—“... y sangre de elfos manchará el suelo sagrado del Bosque.” —dijo Gironthel con amargura en el lenguaje de los elfos. Apretó a Dedos de espaldas sobre su pecho, y su daga presionaba con furia el cuello del mediano—. ¿También tú quieres morir? —le preguntó.
—N..No, señor, yo...
—¡Nos mentiste! ¡No sois amigos de Algoren’thel! ¿A qué habéis venido aquí?
—¡No, por favor, no me mate! —imploró—. ¡Mi compañero no sabía lo que se hacía! ¡A él no le gustaba la idea de dormir atado! ¡A mí me da igual! ¡Pregúntenle a Algoren’thel, háganle venir para que hable conmigo y lo aclarará todo!
—¡Tu compañero ha matado a uno de nuestros hermanos! ¡Mereces morir tú también!
—¡No! ¡Yo no sigo sus ideales! ¡A él le gusta matar por matar! ¡Vino conmigo porque quería arrebatarle el oro a Algoren’thel! ¡Pero yo no pude negarme! ¡Dijo que me mataría! Por favor, dejadme hablar con Algoren’thel...
Aquellas palabras enturbiaron de nuevo sus mentes. No sabían a qué se enfrentaban. No podían matar a aquel mediano indefenso que imploraba, mientras hubiera una posibilidad de que dijese la verdad. De nuevo le fue concedido el beneficio de la duda.
—En ese caso, no seguirás la suerte de tu compañero. Serás atado a un árbol y amordazado para que no puedas gritar o pedir ayuda. Mañana hablaremos de nuevo —dijo Gironthel, pensando que, si Algoren’thel había vuelto del Mundo Exterior, seguramente volvería a Bernarith’lea y podrían aclarar aquel asunto.
—Gracias, Señor, muchas gracias —agradeció Dedos.

29. Muerte y captura

Demonios blancos / Víctor M.M.

Lo registraron y le quitaron todo menos el manto, la ropa y su bolsa de dinero. Lo amordazaron y lo subieron arriba, casi en la misma copa de un árbol algo alejado del escenario de la batalla. Lo ataron sobre una rama y lo enrollaron en su propia manta. Sólo la cabeza amordazada sobresalía de lo que parecía el enorme capullo de una oruga gigantesca.

—No te preocupes. Aquí arriba estarás a salvo de cualquier bestia nocturna, incluidos los orcos —le dijo Gironthel ante la mirada atónita e interrogativa del mediano—. Aunque aparecieran, se comerían al grandullón. Su olfato no será tan bueno como para encontrarte aquí arriba. En cualquier caso es lo mejor que podemos ofrecerte, dadas las condiciones.

Los elfos bajaron del árbol, cargaron entristecidos con el cuerpo de Elkerend, y continuaron su marcha hacia Bernarith’lea con la inquietud de no saber qué se iban a encontrar allí. Nunca lo hubieran imaginado.

29. Muerte y captura

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal