Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

22
Hacia Ertanior

Despertó mucho antes de la salida del sol y fue directa y silenciosamente hacia una de las altas paredes de la muralla que creyó menos vigilada. En el extremo de la cuerda que llevaba había atada una pieza de hierro a modo de áncora. La lanzó a lo alto con fuerza y ésta se enganchó sin dificultad en una de las almenas. El ruido metálico alertó a uno de los guardias, el cual se quedó mirando unos instantes hacia donde se encontraba el semielfo, pero Endegal había escogido bien el lugar de escape y se mantuvo oculto tras la sombra, inmóvil, hasta que el guardia llegó a la conclusión de que allí no ocurría nada extraño. El resto de guardias ni se inmutaron, pues estaban demasiado lejos como para oírlo. Endegal susurró unas palabras que sólo él pudo escuchar.

—Ligero como la brisa...

El manto del viento que le había proporcionado Aristel ondeó ante un viento irreal. De este modo Endegal pudo subir de un modo mucho más rápido y silencioso hasta la almena. Una vez arriba, recogió la cuerda y oteó rápidamente hasta los puestos de guardia. Pasó desapercibido, o eso creyó, porque en una ojeada a las casas próximas, creyó ver una fútil sombra deslizándose por los callejones. A pesar de ello, creyó que nadie lo había visto.
Se equivocó.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.

Saltó hacia el exterior de la ciudad. El aterrizaje fue duro, pero soportable para el liviano peso del semielfo disminuido por su manto mágico. Se dirigió hacia una parte arbolada del río y esperó allí a Avanney. Sabía que la bardo aún tardaría un par de horas al menos en salir, si es que realmente iba a reunirse con Endegal, porque después de todo, pudiera ser que aquella extraña mujer no fuera más que una vulgar ladrona, una entre los cientos de rufianes de Vúldenhard, y ahora posiblemente se estaría riendo de él, pensando en qué iría a gastar el dinero que Endegal le había dado para comprarle el caballo.

Se sentó en una piedra, al lado del río y meditó un rato sobre lo que acababa de hacer. Había confiado en aquella mujer desconocida; había sido, sin duda, un acto de estupidez por su parte. “Los amigos serán tus enemigos, y los enemigos serán tus amigos”, pensó recordando las palabras del Visionario. A partir de ahora, no se fiaría de nadie.


§

Amaneció finalmente, y tras la apertura de puertas de la ciudad, Avanney se disponía a salir de Vúldenhard montada con un negro y portentoso corcel. El jefe de los centinelas la detuvo.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.

—¿Ya te marchas, bardo? —le preguntó Bherent.
—Sí. Nada más tengo ya que hacer aquí. Vine a recopilar historias y canciones sobre aventuras y sucesos de los Días Oscuros, y ya nadie puede darme más información en esta ciudad —respondió ella.
—¿Y adónde te diriges ahora a recopilar tus historias, mujer?
—No lo sé aún con certeza. Supongo que iré hacia el nordeste, en busca de las Colinas Rojas. Seguramente los enanos de la zona sepan algo más que nosotros mismos de lo que allí sucedió.
—Es posible, pero ten en cuenta que los enanos no tienen demasiado buen carácter, por lo que tengo entendido, bardo.
—Sí, ya lo sé —admitió segura de sí misma—. Correré el riesgo; es mi trabajo —dijo mientras cruzaba el umbral.
—Espero que nos volvamos a ver pronto —le dijo Bherent con una entonación casi lasciva.
—Espero que no —contestó ella despreciativa. Espoleó al negro corcel y salió rauda de la ciudad en busca de Endegal.

Al poco tiempo, llegó al sitio acordado, pero Endegal ya no estaba. ¿Se habría cansado de esperar? ¿O nunca tuvo la intención de hacerlo? Descabalgó y echó un vistazo a su alrededor. Su caballo bebió en la orilla del río. Ella se acercó también a la orilla y se refrescó la cara con el agua cristalina.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.

—¿Has terminado ya con tu aseo personal? —dijo una voz justo detrás de ella.

La impronta cercanía de una presencia desconocida, en principió le asustó y le hizo dar un respingo. Al darse la vuelta vio a Endegal de pie y con los brazos cruzados, y volvió a relajarse.
—¡Vaya forma de mostrarte! Pensé que ya te habías ido —le dijo ella.
—Y yo pensé que ya no ibas a venir... —le replicó éste—. Te has retrasado.
—No quería salir tan pronto abrieran las puertas —se excusó—. Hubiera sido sospechoso. Además, sólo he esperado un poco.
—Bueno, está bien —la disculpó—. ¿Es entonces éste mi caballo? —preguntó Endegal mientras palmeaba al espléndido y negro corcel.
—No. Éste es mi caballo. Se llama Trotamundos. El tuyo no lo he comprado todavía.
—¿Acaso me tomas el pelo? ¿De qué va todo esto?
—Es mejor que lo compre ahora, cuando vuelva a Vúldenhard. Será menos sospechoso.
—Creí que saldrías con mi caballo ahora —le inquirió Endegal.
—Pero te olvidas de que yo debo acompañarte, amigo, y necesito también de mi caballo. No hubiera sido normal salir yo sola con dos caballos. ¿O acaso pensaste que cabalgaríamos sobre la misma montura? —le reprochó.
—¿Entonces qué pretendes que hagamos si no?
—He pensado una cosa mejor.
—¿Qué cosa?
—Espérame. Ahora vuelvo.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.

La muchacha dejó a Endegal con la boca abierta, sin darle tiempo a replicarle nada; giró sobre sus talones y marchó de nuevo camino a Vúldenhard, esta vez a pie. Endegal se quedó mirándola cómo se iba. No entendía nada de nada, y su confianza hacia aquella mujer de embaucadoras palabras estaba en un punto quebradizo. Pero una cosa tenía clara: fuera lo que fuese lo que aquella bardo llevara entre manos, por lo menos había dejado su caballo allí. Eso le daba una cierta tranquilidad.
Una vez lejana la figura de Avanney, sus pensamientos giraron de nuevo hacia su madre. Necesitaba verla cuanto antes. Peña Solitaria iba a ser atacada en ese mismo día, y estaba perdiendo ya demasiado tiempo. Miró a Trotamundos y se le ocurrió que no le era imprescindible la presencia de Avanney. Montó a lomos del majestuoso corcel y dijo para sí:
—Sabe dónde voy, así que si quiere algo, que siga mis huellas. No puedo perder más tiempo aquí.
Espoleó al negro caballo para salir, pero para su sorpresa, Trotamundos estaba bien adiestrado, y no soportaba a otro jinete que no fuera Avanney, con lo cual se encabritó y echó a Endegal al suelo.
—Está bien, está bien —le dijo resignado al caballo, mientras se limpiaba el polvo de los pantalones—. Esperaré.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.

Avanney llegó a las puertas de Vúldenhard. Bherent, jefe de los guardianes de la puerta de la ciudad se sorprendió al verla volver y más todavía sin caballo.
—¿Qué ocurre mujer? Algo me dice que no has llegado a las Colinas Rojas —le dijo en tono burlón—. ¿O acaso ya me echabas de menos?
—No te hagas ilusiones. He sido sorprendida por unos goblins —mintió ella—. Me han atacado más adelante, en el río. Consiguieron desmontarme y se llevaron mi caballo —dijo simulando cierto cabreo.
—Una dama no debería viajar sola...
—¿Me acompañarías tú acaso?
—Sabes que no puedo, mujer. Pero de buen grado que lo haría, vaya que sí.
—Una lástima.
—Entonces te quedarás por aquí una temporada más... No puedo decir que me desagrade la idea. En esta ciudad hay pocas mujeres armadas y de tan buen ver como tú, bardo.
—Siento desilusionarte una vez más. Voy a comprar un caballo y me largo otra vez. A estas horas esos bichejos inmundos se habrán comido ya el mío, y no quiero retrasar aún más mi partida.

Al cabo de un cuarto de hora volvía a lomos de una yegua gris.
—Cuidado con los goblins —dijo Bherent con una risita irónica mientras la dejaba pasar con un ademán.
—Muy gracioso... —dijo ella.
Espoleó el caballo con fuerza y salió galopando con velocidad.

22. Hacia Ertanior

Demonios blancos / Víctor M.M.


§

Esta vez Endegal la estaba esperando al descubierto. Ella descabalgó y le dijo:
—Este es tu caballo. O mejor dicho, tu yegua. Es lo mejor que tenían. Y créeme si te digo que entiendo de caballos. Es puro nervio.
—Ya veo... —dijo Endegal.
Él no entendía mucho de caballos. Sólo había montado unas cuantas veces en Peña Solitaria, mientras lo adiestraban en las artes bélicas.
—¿Qué nombre le vas a poner?
—No lo sé.
—Dale un nombre ahora. Te traerá suerte. Es una yegua, recuerda.
—Está bien. —Miró a la yegua y observó su pelaje gris oscuro y le dijo—: A partir de ahora te vas a llamar... Niebla Oscura.
Ambos montaron sobre sus respectivas monturas y partieron siguiendo el curso del río, hacia Ertanior.

22. Hacia Ertanior

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal