Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

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Solo

Estaba en la total oscuridad. Solo. Perdido. Levantaba las manos hasta su rostro, pero no podía verlas. A lo lejos, percibía una silueta confusa, pero extrañamente conocida, envuelta en una maraña de espinas. Él le conocía, pero no podía recordar quién era. Sólo sabía una cosa: necesitaba su ayuda. Así que se levantó —sin saber de dónde— y corrió hacia esa silueta. Corría y corría, pero sus pies insustanciales no tocaban el suelo. ¿Qué suelo? La silueta gritaba su nombre en la lejanía, pidiéndole ayuda, pero él no podía ofrecérsela. De pronto, la silueta desapareció en la nada como una oscura bruma, junto a las espinas flotantes. Se había quedado de nuevo solo en la oscuridad. Volvió la cabeza hacia atrás y un destello surgió a lo lejos. El destello se agrandaba y le producía un calor agobiante en la cara. El resplandor iba creciendo, se iba acercando, tanto que le inundó la luz, una luz blanca y cegadora que parecía tener cuerpo. Una sensación de vértigo se apoderó de él unos instantes.

Hasta que despertó.

Algoren’thel se encontró a sí mismo tumbado boca arriba, sobre el sucio fango. Entreabrió los ojos y vio la luz del sol cegándole y calentándole el cuerpo. Empezó a recordar.

14. Solo

Demonios blancos / Víctor M.M.

Se había quedado dormido después de salir de aquella nube asesina de mosquitos. Él pudo escapar, sin embargo nada sabía de Endegal. ¿Habría conseguido salir? Como si tuviera un resorte, se levantó ante aquella idea. Una sensación de mareo le embargó y tuvo que sostenerse con Galanturil para no caer. Miró alrededor en busca de las huellas de su compañero, pero no vio ninguna. Quizás se quedó allí dentro entre los mosquitos, pero, ¿habría sobrevivido? Pensó que si su compañero de viaje estaba todavía allí dentro, sería difícil encontrarlo ya con vida, a juzgar por la ferocidad de aquellos insectos. Miró hacia el sol, y calculó que había dormido unas diez o doce horas, y se sintió afortunado por no haber sido atacado por orcos o lobos. Su cuerpo se había regenerado casi con totalidad, a excepción de las picaduras que le escocían todavía, y aunque estaba algo mermado por las condiciones de su sueño, tenía las fuerzas prácticamente renovadas.

Debería de volver a por Endegal, o a por su cuerpo fallecido al menos. Se lo debía. En dos días había sido su compañero, su amigo. Hacía demasiado tiempo que no compartía con nadie tanto de su tiempo. Si lo encontraba muerto le daría sepultura en algún lugar más apropiado, un lugar en el Bosque del Sol.

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Sólo el pensar en volver a entrar en la terrible nube de insectos le estremeció. Miró al suelo y se le ocurrió una idea. Se agachó, cogió un puñado de lodo y lo inspeccionó. Era hediondo, gris y pastoso. Repulsivo, pero serviría. Se untó con él la cara y el cuello hasta formar una gruesa capa de fango que no dejó ni un hueco de piel al descubierto. Después hizo lo propio con las manos. Los únicos puntos vulnerables eran sus ojos abiertos y las palmas de las manos: una sujetaba a Galanturil, y la otra la mantendría cerrada y ciñéndose el manto.

Una vez listo, se dirigió a la oscura nube y se adentró. A pesar de su armadura de fango, el avance entre los enormes mosquitos era un acto difícil. Tuvo que entrecerrar los ojos para no ser picado en ellos. Buscó y buscó por gran parte de la zona donde reinaba el enjambre, pero no encontró ningún cuerpo tendido en el suelo. Quiso recuperar el rastro de Endegal y seguir sus huellas, pero en aquellas condiciones le era del todo imposible. Apenas veía sus propios pies, pero creyó haber recorrido una gran parte de la nube. Estuvo casi seguro de que el semielfo no se encontraba allí. Los incansables insectos continuaban intentando picarle, y el barro adherido a su piel empezaba a secarse y agrietarse. Ante la resignación de aquella tarea imposible, dio una vuelta rápida y decidió salir del enjambre cuanto antes. Empezó a correr ante la inminente ruptura de su armadura de barro y el movimiento agitado de su cuerpo aceleró el proceso. Cayó un pedazo de lodo seco de su cara y otro de la mano que sujetaba el cayado. Los insectos se lanzaron de inmediato hacia las zonas vulnerables. Se agachó y cogió más lodo para reparar su protección y cuando acabó continuó con prisa hacia fuera de la nube.

14. Solo

Demonios blancos / Víctor M.M.

Finalmente consiguió salir e intentó razonar lo ocurrido, pero tantas eran las posibilidades que no supo cómo actuar. Sin Endegal, el viaje ya no tenía sentido. ¿O tal vez sí? Podría volver a Bernarith’lea, comunicar el desastre y seguir con la vida estática y aburrida que había llevado hasta ahora.

No. Si volvía, no le dejarían salir de nuevo; se pudriría allí dentro. Había tomado una decisión y la cumpliría hasta el final, afrontando todas las consecuencias. Había escapado por fin de los lazos de la Comunidad; volver sería admitir el fracaso. Podría proseguir con su viaje: llegar a Fedenord —que quedaba ya muy cerca— y descansar un par de días. Endegal le había convencido de que podría pasar por un humano “peculiar”. Pensó en mantener aquella historia: él venía de Darland, una pequeña aldea del otro lado de la Sierpe Helada. Perdió a su compañero en el Pantano Oscuro. El único objetivo de su largo viaje era ver mundo. En esto último, por lo menos, no iba a mentir.
¿Y luego, qué? Endegal quería proteger a su madre del peligro de la guerra. Ese podría ser su nuevo cometido: llegar a Peña Solitaria y averiguar el estado de una humana llamada Darlya. ¿Y dónde la llevaría? No lo sabía, pero sentía que se lo debía a Endegal, después de todo.
Se puso a caminar con paso decidido hacia Fedenord.

14. Solo

Demonios blancos / Víctor M.M.

Reflexionó sobre todo esto y vio que por fin él podía decidir sobre su propio destino, por primera vez en doscientos años, y esta nueva responsabilidad no debía preocuparle tanto. Decidió que debía marcarse objetivos a más corto plazo; su primera prueba de fuego sería hacerse pasar por humano y poder descansar en alguna aldea. Lo que le deparase el destino más tarde no debía preocuparle por el momento.

Cuando apenas llevaba media hora, se sintió algo extraño al marchar solo por el camino. Aunque se había pasado la mayor parte de su vida aislado dentro de la Comunidad bajo su propia voluntad, ahora sin embargo, prefería estar junto a Endegal. A pesar de todo, su compañía había sido agradable.

14. Solo

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal