Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

10
Saliendo del Huevo

Se lo ruego, Argarinel, Señor de la Comunidad de Bernarith’lea. Necesito volver a Peña Solitaria. Se ha desatado la guerra entre Tharler y Fedenord y mi madre puede estar en serio peligro —dijo Endegal, que estaba con una rodilla en el suelo, frente al Líder Natural de Ber’lea, todavía magullado por los duros golpes del cayado de Algoren’thel recientemente recibidos.

—Tu valentía y lealtad a la Comunidad han sido sobradamente demostradas —dijo el Señor de Bernarith’lea—. En condiciones normales, no pongo en duda que tendrías la total libertad de abandonar Bernarith’lea y campar por tus anchas más allá del Bosque del Sol. No obstante, las condiciones que estos aciagos tiempos nos imponen son demasiado desfavorables para nuestra Comunidad. Ahora más que nunca, Bernarith’lea y sus componentes deben permanecer ocultos y unidos. Si por algún avatar se delata nuestra existencia al Mundo Exterior, los humanos intentarían destruirnos, pues ya lo intentaron hace siglos. Y hoy la ira del exterior es demasiado fuerte; la existencia inequívoca de los demonios blancos sin duda alteraría en demasía los ánimos de los humanos en nuestra contra. Por ello, lamento declinar tu petición de abandonar la Comunidad, hijo.
—Pero yo sí que puedo salir. Mis cabellos son oscuros —explicó—. No me reconocerían como un elfo. Puedo pasar perfectamente por humano. Nadie sabría nada.
El razonamiento, que era tan válido para Endegal, para su desdicha no lo era tanto para Ghalador.
—Suponiendo que pases por humano —le dijo—, la gente de Peña Solitaria te reconocerá como el fugitivo que escapó de allí hace tres años ¿Y luego qué? Si puedes cogerás a tu madre, ¿y adónde iréis? El mundo exterior está enloquecido, Endegal. Seguramente no hallaríais la paz en lugar alguno.
—Entiendo por tus palabras, Gran Señor, que no deseáis que traiga aquí a mi madre, a Bernarith’lea...
—¡Eso no sería posible! —estalló Ghalador—. ¡Podría representar el fin de la Comunidad! Te recuerdo que tú has sido acogido por ser el hijo de mi hijo —explicó—. No podemos aceptar a cualquier humano. Si tu salida del Bosque del Sol ya entrañaría de por sí un alto peligro, tu regreso con una hembra humana sería nuestra condena.
—¡Darlya no es cualquier humana! —dijo Endegal—. ¡Es mi madre! ¡Fue la humana que Galendel amó! Si me habéis aceptado a mí podríais aceptarla a ella.
—¡No es el mismo caso! ¡Por tus venas corre la sangre élfica, la sangre de Galendel! Tú eres uno de los nuestros. Esa humana sólo tuvo la mala ventura de ser tu progenitora. Entiendo que quieras protegerla por ser tu madre, pero créeme si te digo que no es éste el mejor lugar para ella.
Endegal se levantó enfurecido.
—Es el mejor lugar que se me ocurre. ¿Acaso sabéis de otro lugar mejor, dónde no alcance la ola de la guerra?
—No hay tal lugar cercano a nosotros que por lo menos conste en nuestro conocimiento.

10. Saliendo del Huevo

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Hubo unos momentos de reflexión por ambas partes, como si cada uno estuviese seguro de haber convencido al otro, y al mismo tiempo parecían entendían la postura contraria. Finalmente fue Ghalador quien dijo:

—Mi deseo como Soberano de Bernarith’lea, es que permanezcas aquí. Eres el legítimo sucesor de mi trono, y ni yo ni nadie de esta Comunidad deseamos que nada te ocurra —expuso—. No obstante, si tu corazón te manda que debes partir, tienes mi permiso. Pero nunca olvides que tienes prohibido traer a nadie aquí del Mundo Exterior.
—He estado meditándolo bien, Señor, desde que Algoren’thel me trajo de vuelta esta mañana. Creo que ha llegado el momento de que la Comunidad de Ber’lea participe y ayude a acabar con esta masacre. La Comunidad tiene buenos guerreros, que sin duda podrían ser determinantes en esta guerra.
—¿Para ayudar a quién? —preguntó el Soberano con cierta indignación—. ¿A Tharler? ¿A Fedenord? Ninguno de los dos es digno de merecer nuestra ayuda; son dos buitres en disputa por la última carroña del mundo. No hay un reino mejor que otro, pues la sombra del odio se ha comido sus entrañas. Lo único que podemos hacer por ellos es dejarlos en paz, hasta que todo esto termine. La vida de los elfos es larga, Endegal; podemos esperar pacientes hasta que todo termine. No nos inmiscuiremos en los asuntos de los hombres.
—Con todos mis respetos, Gran Ghalador, me parece un comentario egoísta que no encaja demasiado con los valores que aquí mismo se me han inculcado y que altamente venero, Señor. Y debo añadir que no creo que sea posible seguir al margen. Tengo el presentimiento de que dentro de muy poco, hasta este bosque será objeto de disputa; la protección que nos ofrece el Bosque es ahora ilusoria y meramente temporal. El bosque es como la cáscara del huevo que protege la preciada yema de los golpes más livianos, pero la cáscara no es irrompible. El pájaro debe salir del huevo para crecer y protegerse.

10. Saliendo del Huevo

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Como si estas metafóricas palabras hubieran servido de chispa en unas hojas secas, entró de repente Hallednel como el fuego en los aposentos del Soberano. Había venido solo pese a ser ciego; sus incontables años en la Comunidad le habían grabado el mapa de la zona en su cabeza —imaginó Endegal— y seguramente conocía la posición de todos los árboles, raíces y piedras de Bernarith’lea.

—¡Señor Ghalador! —gritó jadeante el Visionario—. ¡He tenido una Visión horrible!
—¡Habla pues! —le animó el Señor de Bernarith’lea.
—¡La Comunidad está en peligro! —respondió.
—¿A qué clase de peligro te refieres, Visionario? —le preguntó ansioso—. ¿Hemos sido descubiertos? ¿Nos atacan?
—No... —dudó—. No por ahora. He visto una sombra extenderse desde el corazón de Bernarith’lea hasta los confines del Bosque como una mancha de aceite. El suelo se teñirá de negro, las hojas caerán y los árboles se doblegarán frente al oscuro manto del odio. La hierba y las flores marchitarán, y sangre de elfos manchará el suelo sagrado del Bosque.
—¿Qué puede significar exactamente, Visionario?
—Destrucción... muerte... ¿Qué otra cosa si no?

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Aquellas espeluznantes revelaciones petrificaron el alma de los presentes. De todos menos Endegal, que pareció entender el significado de aquello.

—¡Se lo advertí, mi Señor! —se dirigió a Ghalador—. La participación de la Comunidad en esta guerra es inevitable. ¡Mejor será mostrarnos que ser descubiertos!

El Señor de la Comunidad levantó la mano para que todos acallasen sus voces. Estaba meditando la situación y pedía silencio absoluto. Después de unos instantes de silenciosa tensión, se recostó sobre su trono y tras una larga expiración dijo ante la atenta mirada de todos los presentes:

—Mi decisión es la siguiente: Endegal, tienes permiso para salir del Bosque del Sol, pero no lo harás por la frontera con Peña Solitaria, pues no quiero que te vean salir del Bosque. No traerás tampoco contigo a tu madre aquí, si es que vuelves. En tu ausencia, mi hijo Alderinel ocupará tu puesto como sucesor del trono, como ya antes había sido designado tras la muerte de Galendel. Esta designación será revocada cuando regreses, y te será devuelto este privilegio. Mientras tanto, aumentaremos la vigilancia aquí y nos prepararemos para una férrea defensa. —Tras decir esto, se volvió hacia el Visionario y añadió—: Eso sí, si el Líder Espiritual no pone objeción alguna a éstas, mis palabras.

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El Visionario con un cabeceó aprobó las órdenes del Soberano.
Endegal hizo una reverencia y salió satisfecho por la puerta. Perdería unos días antes de que llegara a Peña Solitaria, pero mejor era eso que nada; dadas las condiciones y conociendo el carácter de los elfos, podía considerarse afortunado. No pediría más.

Cuando el medio elfo salió por completo de la estancia, lo suficientemente lejos de oír los comentarios que allí se hacían, Hallednel miró a Ghalador y le dijo en confidencia:
—Mi Visión aporta un dato más, Señor. He esperado a que Endegal saliera del aldabar para decírselo.
—¿Insinúas que Endegal será la causa del desastre de tu profecía, Visionario?
—Ciertamente, no lo sé, pero me inclinaría por esa posición, Gran Ghalador. Mi Visión relata que en el centro de la mancha oscura se encuentra una persona concreta cuya identidad se me ha ocultado, pero sí sé que esa persona tiene una vinculación muy fuerte con esta Comunidad, mi Señor. Entiendo que Endegal parece encajar demasiado en esa descripción, pues es el único que tiene raíces humanas, y ya sabemos todos que los humanos están comportándose cada vez más como alimañas.
—¿He hecho mal entonces al dejarle marchar? —preguntó con notable preocupación—. Si es así, ¿por qué no interviniste antes? ¿Debo detener su partida, Visionario?
—El futuro siempre es incierto, mi Señor. Y normalmente inevitable. Quizás al dejarle partir se ha logrado apartar el mal de esta Comunidad, o quizás vuelva con el mal desde fuera para destruirnos desde dentro. Pero tampoco podemos matarle o hacerlo preso, porque puede que no sea él el causante aunque todos los indicios le apunten, y cometer un error de esa magnitud sería mucho peor que la propia Visión, por no decir su desencadenante. Realmente creo que la decisión en sí carece de importancia de cara a este suceso. Mi consejo es que para afrontar la tragedia debemos simplemente estar prevenidos. Lo peor está por venir... y vendrá.
—Endegal... —musitó el Líder Natural—. Nunca lo hubiera imaginado.
—No debemos lamentarnos ahora por haberle acogido, pues su corazón es puro y no haría nada que perjudicase a la Comunidad.
—También fue puro el corazón de Galendel, y su afán por salir del Bosque fue su perdición, Visionario, quizás estemos frente a un caso similar.
—Sin duda el espíritu de Galendel gobierna a Endegal, y ha heredado su instinto protector por esa mujer. Galendel ya intentó en su día acoger a Darlya en Ber’lea, y ahora es su hijo quien lo pretende.
—A veces, cuando hablo con él —admitió Ghalador—, no sé si no estoy hablando con Galendel mismo.
—No os equivocáis cuando veis en él a vuestro propio hijo, pues habla y actúa con la misma pasión.
—Esperemos, pues, que no tenga el mismo destino.

10. Saliendo del Huevo

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§

Debajo de su propio árbol, estaban algunos elfos esperándolo. Endegal les puso al corriente de todo.
—¿Cuándo partirás, Endegal? —le preguntó Fëledar.
—Mañana, justo antes del amanecer —respondió—. No puedo retrasarme más. Lo que queda del día de hoy me aprovisionaré y haré los preparativos.
—¿A dónde irás exactamente? —preguntó esta vez Telgarien.
—Saldré por la zona este del Bosque del Sol, pasaré por territorio de Fedenord y me adentraré a Peña Solitaria desde allí. Es un largo rodeo, pero es el camino más corto hasta mi aldea natal, teniendo en cuenta que tengo prohibida la salida por la empalizada del Bosque.
—Por ahí no tendrás más remedio que pasar por las ciénagas del Pantano Oscuro —dijo Telgarien—. Mi consejo es que evites esa ruta, pues es un terreno demasiado peligroso. Horribles son las historias que se cuentan de los viajeros que osan entrar en los dominios del Pantano.
—No me queda más remedio, amigo. Otra ruta sería demasiado larga para mi propósito, y no debo demorarme por más tiempo.
—Me gustaría acompañarte en tu viaje, amigo —dijo Fëledar—. Pero mi aspecto me delataría y haría tu viaje más difícil. De hecho, nadie de aquí puede acompañarte; tenemos que proteger Bernarith’lea de la Visión de Hallednel. Pocas veces se equivoca, y tú lo sabes.
—Tu sitio está aquí, Maestro —le dijo Endegal—. Tu papel en la Comunidad es imprescindible.
—¡Eso es, vete! ¡Abandónanos a nuestra suerte! —gritó desde más atrás Alderinel. Todos se giraron y lo contemplaron boquiabiertos.
—¿Acaso no irías tú al rescate de tu madre o de tu padre? —le replicó Fëledar.
—Si mi madre fuera humana, y pusiera en peligro a toda la Comunidad, por supuesto que no.
—Déjale en paz —le dijo Endegal a Fëledar condescendiente, y le dijo en voz más baja—: Nunca le caí bien. Desde el primer día hasta hoy se ha mostrado reacio a mantener amistad conmigo a pesar de que ambos tenemos la misma sangre.
Alderinel giró sobre sus talones y abandonó la escena.
—Puede que sea tu presencia, Endegal, puede que no —añadió Telgarien—. Pero te aseguro que desde hace un tiempo que se está volviendo más... —no encontraba las palabras indicadas—... más solitario. Siempre ha tenido un duro carácter, pero últimamente se está pareciendo más a Algoren’thel, y desde luego, la ha tomado contigo, amigo.
—Debéis tener en cuenta otro asunto —dijo Eliedhorel—. Tras la muerte de Galendel, él fue considerado el sucesor del trono de Bernarith’lea. Ahora, más de veinte años después, Endegal, salido de la nada, le ha quitado su puesto —razonó ante todos—. Ahora sin embargo, cuando mañana parta Endegal hacia su destino, Alderinel recobrará la sucesión mientras Endegal no regrese. Simplemente se alegra de su partida, aunque se lo reprocha.
—No es el único que ve con malos ojos la partida de Endegal —dijo Alverim, desde atrás—, pues las nuevas del Visionario se han propagado como el viento otoñal, y muchos son los que temen lo peor. Es indudable que la misión tiene sus riesgos; unos riesgos muy reales si tenemos en cuenta la Visión Negra. Una desgracia está a punto de suceder en esta aldea, y no podemos negar que lo que el hijo de Galendel está a punto de hacer puede muy bien ser el origen.

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§

Aquella noche se celebró una cena multitudinaria, como la que hicieron de bienvenida aquel día en que Endegal llegó por primera vez a la Comunidad de Ber’lea. Pero esta vez no reinó la alegría; se trataba de una despedida. Esto y los rumores acerca de la cercana catástrofe que Hallednel anunció, hizo que los ánimos estuvieran bastante decaídos. Hubo un sector de elfos que no estaba de acuerdo con la partida de Endegal, pues como había anunciado poco antes Alverim, más de uno veía aquí una clara señal de que sería él quien traería la desgracia al Bosque.

—Endegal —dijo Hidelfalas levantándose de su asiento—, nuestro Líder Natural Ghalador, ha decidido que partas mañana de este Bosque, y respeto su decisión. No obstante, ante la Visión que Hallednel nos ha revelado, te pido en nombre de muchos que dejes aquí el émbeler que en su día perteneció a Galendel, pues no es en vano pensar que podría guiar a otros hacia Ber’lea.

Sin esperar la respuesta de Endegal, Telgarien se levantó.

—¿Acaso aún dudas de la lealtad de Endegal? ¿No se ha ganado nuestra confianza en estos años de convivencia? —le recriminó a Hidelfalas.
—Él prometió no salir del Bosque, y sin embargo Algoren’thel le ha sorprendido a punto de huir, cuando todavía no tenía el permiso de nuestro Líder Natural. ¡Y lo hubiera hecho de no haber sido vencido en la pelea! —Se giró hacia sus compañeros, que asentían cada una de sus palabras—. Y sé que no hablo por mí sólo. Muchos son los que piensan como yo.

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Se levantaron once elfos para respaldar las palabras de Hidelfalas, Alverim entre ellos.

—¡Escuchadme, hermanos! —alzó la voz Endegal mientras se levantaba—. Vuestros temores están infundados. Nunca permitiré que nadie encuentre esta bella aldea. Mi deseo de partir no es el simple capricho de un niño, pues en ningún sitio viviré mejor de lo que aquí he vivido en estos tres años que llevo con vosotros. Este émbeler —dijo levantando el plateado medallón en el aire para que todos lo vieran— perteneció a Galendel, mi padre, y ahora me pertenece a mí por derecho de nacimiento. Es el único recuerdo y prueba que tengo de su existencia.

Los once elfos levantados, con Hidelfalas a la cabeza, dieron media vuelta y se dispusieron a marcharse en clara señal de desacuerdo.

—No obstante... —continuó Endegal gritando más todavía—... lo dejaré aquí, en Bernarith’lea, en las manos del padre de mi padre —y se lo entregó a Ghalador— para que la Comunidad esté más tranquila y como prueba de que no pretendo haceros ningún daño.
Con este gesto consiguió que los que estaban de pie se volvieran y se sentaran a acabarse su cena, incluido Hidelfalas, cuyo entrecejo no acabó de relajarse del todo.

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Al amanecer, muchos elfos salieron de sus aldabar para despedir a Endegal y todos los presentes le desearon suerte en su búsqueda. Se acercó Ghalador, el elfo más anciano de la Comunidad y Líder Natural, y le ofreció una pequeña bolsa. Endegal la sopesó, pero cuando iba a abrirla, el padre de su padre le detuvo, cerrando sus manos con las del medio elfo.

—No todavía —le susurró—. No aquí delante de todos. Lo que hay en su interior te ayudará, pues es bien sabido que los humanos no hacen favores por nada.
—Muchas gracias, Gran Señor —agradeció Endegal sin saber con exactitud de qué se trataba aquel regalo.

Cuando disponía a irse, la bella Elareth se acercó con un bolsón de piel.

—Llévate esto también, Endegal. Haz un pequeño hueco en tu bolsa de viaje.

Le enseñó su contenido y sacó un pequeño paquete que le cabía en una mano. Tenía un envoltorio de hojas de eucalipto extrañamente entretejidas.

—Son lembas —le dijo—, también conocidas como pan de viaje élfico. Nuestra Comunidad hace tiempo que no viaja, así que he tenido que leer la receta de unas viejas escrituras que tenía mi primo Hallednel. Mientras estén envueltas en estas hojas de eucalipto, podrán aguantar muchos días sin perder sus propiedades nutritivas —le explicó—. Ahora bien, he de advertirte que sólo debes comerlas en caso extremo. El contenido nutritivo de cada lemba saciará tu hambre y te proporcionará energía para un día entero.
—Te doy las gracias, Elareth —le dijo mientras examinaba el resto del bolsón—. Veo que con lo que me ofreces tengo alimento para diez días al menos; aunque no creo que necesite tantos para llegar a Peña Solitaria y creo que podré aprovisionarme de alimento por el camino.

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Le miró a los ojos y fue entonces cuando se dio cuenta de que su marcha de Ber’lea iba a ser tan dura para él como para los elfos, sobre todo para sus más allegados y en especial para Elareth, aunque no entendió del todo por qué.

Tras despedirse de todos, enfundó su espada y se colocó el arco, carcaj y bolsa de viaje a su espalda.

—Siempre estarás en nuestros corazones, Endegal, ¡hasta siempre! —fue lo último que oyó de Ghalador.

Cuando estaba un poco más lejos se dio la vuelta para dar el último adiós a los suyos y vio las figuras de muchos de ellos: Telgarien, Ghalador, Fëledar, Elareth... Echó en falta la presencia de Hallednel. Aquél siempre estaba metido en su árbol, aislado del resto de la Comunidad, pero pensó en que esta vez haría una excepción. ¿O pensaría él también que Endegal sería una parte importante de esa oscura visión?

Ya no se distinguían las siluetas de sus amigos, cuando de repente, de detrás de un enorme arbusto, salió la figura conocida.

—¡Hallednel! ¿Qué haces aquí tan lejos de tu aldabar? —le preguntó sorprendido.
—Vengo a despedirme, muchacho —le dijo—. Y a advertirte.
—¿Otra visión?
—Puede ser. El camino será difícil, amigo; debes tener mucho cuidado. Lo que vas a ver en este viaje, no será lo que tú esperas. Los amigos serán enemigos y los enemigos serán tus amigos. Deberás descubrir quiénes son cada uno de ellos en cada momento. Y hay más, pues veo pronto en ti una ayuda preciada. Acéptala, pues te será de mucha utilidad en el camino —terminó—. Ahora vete, Endegal, y alcanza tu destino en paz.
—Gracias, amigo, no esperaba menos de ti.

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Y siguió adelante en su marcha solitaria hacia Fedenord con las palabras de Hallednel revoloteando en su cabeza.


§

Cuando dejó atrás al Visionario, no pudo contener su curiosidad y sacó la pequeña bolsa que le había dado Ghalador justo antes de partir. Al abrirla, sus ojos centellearon y cierta emoción se apoderó de él. Varias pepitas de oro relucían en el interior de aquella bolsa. Lo más parecido al oro que había visto Endegal en toda su vida, habían sido los ribeteados y rematados dorados de las ropas de algunos elfos. Cerró la bolsa, la colocó en lo más hondo de su mochila y continuó con su viaje.

Empezaba a pisar territorio extraño para él cuando llevaba más de dos horas de camino. Echó mano de su bolsa de viaje y tomó dos manzanas, pues el hambre empezó a rugir en su estómago. Aún no había consumido la segunda pieza, cuando de pronto un olor extraño le alertó. Era débil aún, pero le recordó al pútrido y ya familiar olor de orco. Sonrió y pensó que les ahorraría una sesión de orcos a sus compañeros. Se subió a un árbol que le pareció apropiado y esperó.

La espera no fue demasiado larga, pues pronto oyó unos pesados pasos acercarse, y poco después, divisó con claridad siete oscuras figuras con un característico caminar y sucio atuendo. Orcos, y tres de ellos provistos de arcos. Su emboscada contra siete feroces orcos podría no tener éxito.

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La ventaja de los elfos sobre los orcos residía cuando, por sorpresa, los vigilantes del bosque podían inutilizar rápidamente a los orcos arqueros o dotados con ballestas —si es que los había, porque era conocido por todos que los orcos no eran buenos tiradores con arco—; una vez eliminados los orcos provistos de armas de alcance resultaba fácil acabar con los demás, pues éstos no tenían una habilidad especial para subir a los árboles. Con esta estrategia, los elfos del Bosque conseguían vencer a grupos de orcos que les triplicaban o cuadruplicaban en número. Pero en este caso, la desventaja era de siete a uno; resultaba difícil inutilizar a los tres arqueros y quedarse en su posición privilegiada, fuera del alcance de las alimañas.

Por ello, dejó su mochila de viaje en una rama, cargó el arco, lo tensó, y cuando los tenía a tiro dudó. Con sólo dos o tres elfos encaramados en los árboles, los vigilantes del Bosque tendrían muchos menos problemas para deshacerse de ellos.

Sentía que estaba evitando un deber, pero tenía pocas posibilidades de salir con vida, y sin embargo, sabía que esa horda de bestias inmundas no sería un problema para la Comunidad. Destensó el arco y guardó la flecha.

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Se estaba colocando la mochila cuando el jefe de los orcos detuvo en seco a sus esbirros. Empezó a olisquear el aire y a girar la cabeza a izquierda y derecha, como buscando algo.

De pronto exclamó un gruñido de alerta. Endegal se dio cuenta de que había sido descubierto, y se apresuró a quitarse de nuevo la mochila y cargar el arco. Justo cuando estaba listo para apuntar al arquero orco más cercano, el jefe orco lo localizó y señaló en su dirección.
Se repitió el mismo gruñido y los otros seis orcos giraron sus cabezas hacia Endegal. Aquel sonido gutural parecía ser el significado de “humano” o “elfo” en la lengua de los orcos.

Endegal abatió al primer arquero con precisión, clavándole hasta medio astil en el cuello. Los otros dos arqueros ya le estaban apuntando, y el resto se dispuso a subir por el tronco del árbol. Endegal echó mano de otra flecha y esperó hasta el último momento para saltar, pues acertó en pensar en que los dos arqueros dispararían al mismo tiempo. Esquivó así los dos disparos en un mismo movimiento, y mientras caía al suelo fue colocando su próxima flecha en posición. En el mismo instante que sus pies hicieron contacto en el suelo, su flecha surcó el aire con celeridad y atravesó el cuello del segundo arquero que, como su compañero, había estado entretenido armando su arco. Los otros cuatro estaban ya muy cerca de él; tenía que sacar la espada, y rápido. Y así lo hizo.
Buscó una forma de enfrentarse a ellos de uno en uno.

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Corrió a refugiarse detrás de un árbol. Allí, con la espalda pegada al tronco y su hoja élfica pegada al cuerpo, estaba a salvo de las flechas del último arquero con vida. Tal vez pudiera enfrentarse a los cuatro con la espada.

Pronto asomó el primer orco por su izquierda. Llevaba un hacha de doble filo e intentó asestarle un golpe en horizontal a la altura de la cabeza. Endegal esquivó el hachazo lanzándose al suelo; dando una voltereta, se situó a la izquierda de su agresor con una rodilla apoyada en el suelo. Como el hacha se quedó clavada en el tronco, el orco estuvo un segundo forcejeando para desencastrarla. Endegal estaba algo alejado, pero lo suficientemente cerca pcomo ara que la punta de su espada alcanzara la rodilla del orco. El tendón fue cortado y el orco cayó inmediatamente al suelo.

El medio elfo levantó la cabeza y observó que tenía a tres orcos a menos de tres pasos. Uno con espada y cuchillo, otro con espada, y el último con un mangual formado por una bola de fundición unida a un mango mediante una cadena. El cuarto orco, algo más retrasado, le apuntaba con el arco, aunque sus compañeros le apantallaban momentáneamente.

Endegal supo en ese instante de tiempo que estaba perdido.

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Pero para la sorpresa de todos, una especie de jabalina cruzó el camino y golpeó sobre el rostro del orco armado con espada y cuchillo haciéndole caer al suelo aturdido. Luego, una sombra se abalanzó sobre el que tenía la otra espada. Endegal, sorprendido, tardó unos segundos en reconocerlo. Era Algoren’thel, conocido también por el sobrenombre de “el Solitario”. Había lanzado a Galanturil, su durísimo cayado, a una velocidad increíble derribando así al desafortunado orco.

Ahora el elfo de cabellos dorados estaba desarmado, pero se enfrentó sin dudarlo al otro orco. La inmunda bestia, confiada al ver que Algoren’thel no tenía arma alguna, ejecutó una acción que el elfo interpretó enseguida y se le anticipó: mientras el orco echaba la espada hacia atrás y su cuerpo hacia adelante, Algoren’thel se adelantó, bloqueó su muñeca y aprovechando el impulso del mismo orco, le hizo dar una voltereta en el aire que lo estampó de espaldas contra una gran roca. La espalda de la infame criatura emitió un crujido mortal. Mas el movimiento del Solitario no acabó ahí. Rodó por encima del orco muerto y lo usó como escudo justo a tiempo, pues una flecha impactó en aquél.

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Mientras tanto, Endegal se enfrentaba al orco equipado con el mangual. Éste le lanzó un golpe en horizontal, buscando romperle el cráneo, pero Endegal dobló las rodillas, echó el cuerpo hacia atrás, y con ambas manos a la altura del vientre levantó la espada, quedando ésta en vertical. La cadena con la bola se enrolló en la espada y ambas armas quedaron unidas, pero con la fuerza y el peso de Endegal que caía hacia atrás tiraron con fuerza del orco, el cual fue a caer sobre los pies encogidos del semielfo. Endegal empujó con fuerza con las piernas y lanzó al desdichado por los aires.

El arquero orco aprovechó esta vez para apuntar a Endegal, que todavía estaba en el suelo. Algoren’thel, usando a su última víctima de nuevo como escudo corrió deprisa hacia el atareado orco y consiguió echarse encima del arquero. El arquero disparó la flecha antes del impacto, pero erró el tiro al verse sorprendido por los cuerpos de su compañero muerto y del elfo que le caían encima. Después del choque, el arquero quedó momentáneamente aplastado por su camarada muerto, y Algoren’thel aprovechó para alejarle el mortífero arco y recuperar a su cayado Galanturil.

El orco herido en la rodilla logró levantarse apoyándose sobre la pierna sana y consiguió liberar su hacha del árbol; se aproximó cojeando hasta Endegal, que estaba ahora preocupado por el que había lanzado por los aires. Este orco se había levantado ya, pero al verse desarmado, dudó. Endegal, sin embargo, se encontraba ahora entre los dos orcos.

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Algoren’thel, por su parte, no estaba mucho mejor. El arquero desarmado consiguió salir de debajo de su compañero y se apresuró en hacerse con una espada que había en el suelo. Además, el primer orco que el Solitario había derribado lanzando su cayado, se había levantado ya, con espada en la mano derecha y cuchillo en la izquierda. Ambas bestias se le echaron encima al mismo tiempo, el uno por delante, y el otro por detrás. Algoren’thel se desplazó hacia un lado, y fue conteniendo sus ataques momentáneamente con su cayado.

Cojeando, el orco levantó el hacha hacia Endegal, que estaba de espaldas a él, y el otro se le echó encima para distraerle. Endegal se apartó hacia atrás, realizando un giro sobre sí mismo y levantando la espada. Logró así esquivar el embiste del orco que le venía de frente y bloquear el hacha que venía por detrás, y que detuvo justo encima de su cabeza. Con otro giro rápido liberó su espada, invirtió la forma de empuñarla y de espaldas como estaba respecto al orco del hacha, le atravesó el vientre con un movimiento seco hacia atrás. El otro orco, desarmado, empezó a entender su situación y pensó que lo mejor que podía hacer era huir a toda prisa.

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Corrió como nunca lo había hecho, pero Endegal cargó su arco con relativa tranquilidad y su flecha voló rauda hasta clavarse en la pierna del fugitivo. Avanzando ahora más torpemente, el cobarde orco apenas sintió la segunda flecha clavarse en su cabeza.

Endegal cargó una tercera flecha para ayudar a Algoren’thel, y cuando estudió los movimientos de los tres combatientes, dejó que toda la diversión se la llevara el solitario elfo.

Algoren’thel, a ojos de Endegal, estaba dejando claramente que los orcos atacaran para saber hasta qué punto podían presentarle problemas, y se limitó a estudiarlos. Realizó un giro clavando su cayado entre las piernas de uno de ellos y le hizo caer. Cuando el otro se le acercó, se encontró con el duro extremo de Galanturil en su cara. Lanzó después un golpe mortal en la cabeza del que estaba en el suelo, y luego otro sobre el que estaba intentando no perder el equilibrio. Algoren’thel cogió aire y levantó la vista hacia Endegal, que aplaudía divertido su actuación.

—Realmente llevo tres años en Bernarith’lea, y ha sido en estos dos últimos días las únicas veces que te he visto en acción, Algoren’thel —le dijo sonriente—. Tenían razón aquéllos que me aseguraron que eras un buen luchador. —Algoren’thel se limitó a mirarlo medio sombrío y esperó a que Endegal acabara su discurso—. Te agradezco tu intervención. Creía que iba a dejar la piel aquí —dijo mientras empezaba a recoger sus flechas—. Pero dime, ¿qué haces aquí, tan lejos de Bernarith’lea? No creo que sea una coincidencia, amigo. ¿O es que vienes a impedir otra vez que me vaya? Porque si es así, te aseguro que no me dejaré vencer de nuevo.

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Algoren’thel tardó en responder.

—En verdad, cabellos oscuros, he decidido acompañarte en tu viaje —dijo como avergonzado—. He esperado a que te alejaras bastante para hacértelo saber, pues no creo que la Comunidad estuviera de acuerdo con esta idea.
—Sí, ya sé de qué me hablas. Yo ya tuve problemas para convencerles de mi partida y no creo que te hubieran dejado venir —reconoció—. Pero, ¿es así como actúas siempre? ¿Sin consultar a nadie? Parece que poco te importa la opinión de la Comunidad o su destino —le recriminó—. No te has ganado el sobrenombre de “el Solitario” por nada, ¿eh? —le dijo mientras recogían sus mochilas de viaje, las flechas, y demás.
—Sí que me importa su destino, medio humano —respondió aquél, algo indignado—, pero necesito salir del Bosque.
—¿Necesitas? ¿Desde cuándo un miembro de la Comunidad necesita salir de este bosque? ¿Acaso no amas tú este bosque tanto como los demás?
—Cierto. El Bosque es mi hogar, y su encanto natural me fascina. Pero llevo más de doscientos años sobre este mundo y no puedo ser feliz pensando que el resto de mis días los voy a pasar encerrado en una aldea secreta, esperando que alguien nos ataque o que la Comunidad se pudra sin hacer nada. Necesito viajar, ver otros mundos. Además, si la Comunidad tiene alguna salvación posible de la Negra Visión, no será quedándonos ocultos como hasta ahora. —Calló unos instantes y lanzó la pregunta que tanto temía—: Ahora dime, ¿aceptas mi compañía en tu viaje?

10. Saliendo del Huevo

Demonios blancos / Víctor M.M.

Endegal, al oír Negra Visión, recordó inevitablemente su último encuentro con Hallednel, a la salida de Ber’lea, así como su visión y consejo de última hora: debía de aceptar una ayuda que se le ofrecería pronto. Ésta era la ayuda, sin duda, la ayuda del Solitario. Accedió sin pensarlo.
—Tu aspecto élfico puede acarrearnos problemas —expuso Endegal—, aunque gracias a ti he salido indemne de esa horda de orcos. —Dejó un instante de fingida reflexión y prosiguió—: La verdad es que no se me ocurriría una compañía mejor que la tuya. Está bien —dijo al fin—, acompáñame a salir de este huevo de una vez.
—¿De este huevo? ¿A qué te refieres? —preguntó el elfo.
—Bueno, por lo que me cuentas, para ti este bosque también ha sido un huevo de dura cáscara, pero vamos a romperla dentro de poco —respondió Endegal señalando la dirección de salida del Bosque.
—Creo que ya te entiendo...

10. Saliendo del Huevo

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal