Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

08
¿Aceptado?

Mientras bajaban Endegal y Telgarien por una de las rampas en espira hasta la base del majestuoso Arbgalen, el elfo le explicaba que Hallednel el Visionario vivía más allá de la plaza céntrica. La mayor parte de la Comunidad habitaba en los árboles circundantes a esta plaza (que era el centro neurálgico de Bernarith’lea), y desde el centro iban propagándose sus casas arbóreas hacia la periferia. Según Telgarien, Hallednel había sido elegido tiempo atrás como el Líder Espiritual de la Comunidad. El acierto en sus profecías y visiones le habían hecho ganar la reputación de gran visionario, y era querido y muy respetado por todos. Asimismo, todos le pedían consejo sobre multitud de aspectos: cosechas, amor, pequeñas riñas, etc. Hasta el mismísimo Ghalador le pedía su opinión para cualquier asunto antes de tomar una decisión, y por ello el Visionario era considerado también, y con razón, como el consejero del Líder Natural, hecho que constataba sin lugar a dudas que se trataba del segundo elfo más representativo de la Comunidad.

Según el propio Visionario, él debía vivir alejado del “barullo céntrico” para alcanzar una mayor armonía con el Espíritu del Bosque, hecho de por sí excepcional, pues aquella aldea podría ser cualquier cosa menos bulliciosa. Sin duda se trataba de un personaje empapado de cierto misticismo. Telgarien le advirtió a Endegal que Hallednel había nacido completamente ciego, y ambos rieron amigablemente por la ironía que suponía el hecho de que el título de Visionario lo ostentara un ser sin visión.

08. ¿Aceptado?

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Fueron caminando hacia el sur, alejándose de la céntrica plaza, mientras Telgarien iba presentándole a algún que otro elfo que se les acercaba.

—Éste es Eliedhorel, uno de nuestros mejores cazadores; ésta es Elareth, prima de Hallednel; éste es Argemeril, Elkerend, Hidelfalas...

Todos le prestaban atención y curiosidad, y parecían estarle enormemente agradecidos a Telgarien por aquellas presentaciones. Pero había un elfo sentado en una enorme raíz que, a pesar de la proximidad, pareció desentenderse del asunto; ni siquiera levantó la mirada, centrado en sus quehaceres. Llevaba un trozo de tela en la frente que le ataba parte de su larga y dorada melena. Cuando lo sorprendieron, estaba aplicando un líquido con un paño a un bastón de madera, como limpiándolo. Endegal supuso que al misterioso elfo no le hacía ninguna gracia la presencia de un humano en la bella y tranquila Bernarith’lea, pensamiento que le apenó, pues lo último que quería era crearse enemigos. Cuando lo dejaron atrás, Endegal preguntó por él, a lo que el elfo que le acompañaba le respondió:

—Ah, sí, Algoren’thel. Es... —apretó los labios dibujando una leve pero apreciable sonrisa—... un poco extraño, sí. Le gusta estar completamente solo. Es un formidable guerrero, pero no gusta de relacionarse con la muchedumbre, vaya que no. Ya tendrás tiempo de conocerle. Ahora prepárate, porque estamos ya ante la morada del Visionario.

08. ¿Aceptado?

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§

A diferencia de los otros elfos, Hallednel no vivía sobre un árbol, sino en su base; habitaba en el interior del grueso tronco. Endegal observó sorprendido cómo este tronco no estaba tallado ni vaciado. El árbol seguía vivo e intacto, pero por alguna extraña razón, sus altas raíces y su extraño tronco parecían haberse aliado con el Visionario para proporcionarle un hueco natural lo suficientemente espacioso como para ser habitado. La puerta no era más que una cortina de pieles.

Como si se hubiera oído desde el interior de aquella vivienda natural su presencia, se abrieron aquellas pieles que separaban el interior del exterior, y salió una joven y hermosa elfo. Sus cabellos eran dorados, y una larga trenza, que nacía desde su frente, caía por su espalda junto al resto de su melena. Se apreciaron sus ojos celestes a pesar de que se marchó bajando la mirada, aunque sin perder la sonrisa. A Endegal le pareció que podría tratarse de una concubina del Visionario y no le preguntó nada a Telgarien sobre ella. Desconocía las costumbres de aquéllos, y lo último que deseaba era que su observación fuera interpretada como una falta de respeto.

Telgarien sujetó con un brazo una de las pieles y con la otra invitó a Endegal a pasar. Una vez en el interior, Endegal vio que estaba completamente oscuro, pues no había ventana alguna, y aún con la buena visión nocturna que poseía, únicamente pudo discernir una vaga silueta en el tiempo que tardó en cerrarse la cortina de pieles tras su entrada.
—Sed bienvenidos a mi humilde y oscuro aldabar —dijo desde las tinieblas una voz que debía pertenecer al Líder Espiritual—. Sírvete, Telgarien. Puedes iluminar la estancia, si así lo deseáis.
Endegal se preguntó cómo había sabido aquel invidente que delante suyo estaba Telgarien. ¡Si ni siquiera había hablado todavía!
—Maestro, bien sabes que estoy acostumbrado a hablar contigo a oscuras, pero encenderé la lámpara, pues mi acompañante se sentirá mucho más cómodo.

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Completamente a oscuras, Telgarien localizó la lámpara de aceite y la encendió.

La habitación se iluminó débilmente y apareció ante ellos la imagen del Visionario. Al contrario de lo que Endegal había pensado, Hallednel tenía un rostro joven para ser uno de los Líderes de Bernarith’lea. Aparte de sus facciones y la acostumbrada larga cabellera de los elfos, lucía también dos mechones por delante de cada oreja y estaban recogidos cada uno por cuatro hilos de oro. Esto y una túnica blanca o sepia (la amarillenta iluminación no ofrecía más datos) con acabados en rojo y oro era lo más destacable. También le llamó poderosamente la atención una cenefa horizontal a media altura, entre el pecho y el cuello, en la cual se repetía siempre un mismo motivo bordado: una especie de jarrones achaparrados en color rojo con dos líneas horizontales blancas. En el cuello le colgaba un émbeler y otro medallón con forma de hoja, unas raras inscripciones y una esmeralda en el centro. El techo de la habitación era bajo y aunque cabían todos de pie, permanecieron sentados en el suelo, sobre una multitud de tapices, pieles y mantas.
—Me parece, querido Telgarien, que eres tú el acompañante de este muchacho y no al revés, ¿me equivoco? —aventuró el Visionario.
—Ciertamente, has acertado, Maestro. El muchacho se llama Endegal y ha venido para saber de su progenitor.
—Así que éste es el joven... —dijo—. El hijo de Galendel. —Las pupilas blanquecinas de sus ojos sin visión atravesaron a Endegal en una mirada vacía, a la vez que penetrante. El Visionario hablaba y se dirigía a cada uno de ellos como si en verdad los viera. Era una sensación verdaderamente inquietante para Endegal.
—Así que usted también estaba al corriente de mi llegada... —le dijo él.
—Así es —le corroboró el invidente—. Ciertamente has causado mucho revuelo, muchacho. He notado que el espíritu global de nuestra aldea está un poco alterado. Pero también has de tener en cuenta que yo supe de tu llegada a este lugar mucho antes que tú mismo.
Endegal recordó las palabras de Ghalador sobre la profecía de la llegada del “espíritu de Galendel”, y asintió con la cabeza.
—¿Entonces reconoces a este humano como el hijo de Galendel, Maestro? —preguntó con inquietud Telgarien.
—Cuando Galendel murió, al poco tiempo se me hizo visible que su espíritu volvía a este mundo, pero aún era débil y estaba perdido. Sin embargo, hace tres lunas que esa sensación fue en claro aumento. Por ello se me reveló que su presencia aquí iba a ser inminente, y así lo comuniqué para gozo de todos, que su espíritu vendría de nuevo hasta nosotros, que volvería a sus raíces.
—El Señor de Bernarith’lea, me lo contó. Estoy al corriente de eso, Visionario —dijo Endegal con respeto—. Ahora yo estoy aquí, y no sé si por coincidencia. Mi madre me aseguró que era el hijo de Galendel. Por eso he escapado de Peña Solitaria y llegado hasta aquí. Usted debe confirmármelo, o de lo contrario mi existencia no tendrá sentido.
—¿Es él entonces? —insistió Telgarien con impaciencia.
Aunque hasta ahora el Visionario no se había opuesto a aquella teoría, Telgarien necesitaba oír una respuesta concreta para que no hubiera lugar a malas interpretaciones. Y a decir verdad, Endegal también lo necesitaba.
—Si noté el espíritu de Galendel con fuerza cuando aún estaba en Peña Solitaria, ¿cómo creéis que lo siento ahora? —preguntó como si la respuesta fuera evidente—. Ahora su espíritu está presente incluso muy por encima del resto de los elfos de la Comunidad. Por ello, no puedo hacer otra cosa sino que rendirle homenaje al Heredero Natural del Trono de Bernarith’lea —dijo inclinándose con una reverencia hacia Endegal, a lo cual Telgarien le imitó.

08. ¿Aceptado?

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Endegal se sintió como si miles de frías espadas atravesaran su cuerpo. No había reparado en aquello. Era nieto de Ghalador, el Señor de Bernarith’lea, eso entraba dentro de sus previsiones. Pero había supuesto que el sucesor de Ghalador sería su otro hijo, Alderinel y no él mismo. ¿Cómo había sucedido todo tan rápido? La noche anterior era un renegado de su propia aldea natal, y ahora era el príncipe de una raza que hasta entonces ignoraba que existía.

Hallednel los despidió con sus mejores bendiciones, y ellos salieron de aquella estancia. El Visionario apagó al instante la lámpara y volvió a sumergirse en su oscuro mundo.


§

Cuando regresaron de la periferia, todos los elfos estaban expectantes, esperando la noticia. No decían nada, pero sus miradas eran la pregunta más clara. Llegaron al centro de la plaza, con todo aquel gentío observando, dejando sus tareas para más tarde. Entonces Telgarien dijo:
—¡Componentes de la Comunidad de Ber’lea, escuchadme! ¡Abrid bien los ojos, aguzad vuestros oídos, pues debo anunciaros que delante vuestro está Endegal, hijo de Galendel, hijo de Ghalador nuestro Líder Natural y Señor de Bernarith’lea!

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Hubo vítores y comentarios de felicitación. Muchos se acercaron para hablar con el extranjero y, con toda probabilidad, el nuevo sucesor del Líder Natural. Todos parecían estar contentos por la noticia, todos menos tres personas. Al lado de Ghalador, estaba Alderinel murmurando maldiciones para sus adentros, pues sabía que acababa de perder el trono de Bernarith’lea. Encima de un árbol y apartado de toda la muchedumbre, estaba Algoren’thel, silencioso y con un rostro sombrío a la vez que inexpresivo. Y luego, en el centro de aquel barullo, estaba el propio Endegal, que sólo quería ser acogido en aquella Comunidad, no ser su Señor Absoluto. Al parecer le habían aceptado allí, pero, ¿se había aceptado a sí mismo?
—Así que realmente eres el hijo de mi hijo... —le dijo Ghalador—. Sé entonces bienvenido a la Comunidad de Ber’lea. Esperemos que honres el nombre de tu padre. Se te asignará un árbol para tu estancia, y mientras se confecciona tu nuevo hogar, dormirás en el aldabar del hermano de tu padre hasta que tu vivienda esté acabada —decretó—. Esta noche haremos una cena común en la plaza en tu honor, muchacho. Tengo entendido que no has comido mucho hoy.

08. ¿Aceptado?

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Y así fue. Aquella noche cenaron a base de jabalí asado, con gran variedad de verduras y frutos del bosque. Para beber había agua, vino y cerveza. Gran variedad de frutas componían el postre, que tomaban junto a un licor de moras silvestres. Le explicaron que había una zona del bosque, un poco al norte de la plaza, donde crecían —los plantaron en su día— manzanos y otros árboles frutales de los que se abastecían.
Endegal tenía a Telgarien a su derecha, a su izquierda a Ghalador y más allá de éste estaba Alderinel. Endegal observó a los componentes de la Comunidad de elfos allí congregada y no vio por ninguna parte al definitivamente insociable Algoren’thel.

El resto de la noche la pasaron los elfos contando historias sobre batallas ancestrales y cantando bellas canciones en su extraña lengua al calor de varias hogueras. Durante la cena, Endegal contempló varias veces Los Cuatro Émbeler y en esas ocasiones reflexionó sobre lo sucedido en aquel día; acababa de conocer la existencia de aquella comunidad y sus peculiares integrantes y, sin embargo, se sentía tan identificado con ellos que tomó plena consciencia de sus orígenes. Era medio elfo, y casi sintió no serlo plenamente.
Estaba orgulloso por primera vez de la sociedad a la que pertenecía.

08. ¿Aceptado?

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal