Demonios blancos

Demonios blancos / Víctor M.M.

03
Cuestionado

Al nuevo día, una nueva tropa de Tharlagord de treinta soldados llegó a Peña Solitaria. Al mando estaba el archiconocido y temido —tanto por sus enemigos como por sus aliados— Capitán Brunelder. El Capitán ordenó levantar una empalizada defensiva frente al Bosque del Sol y montó frente a ella campamentos de guardia para evitar así cualquier posible invasión del enemigo. También se encargó de interrogar a Endegal, que había sido un espectador de lujo en la batalla que se había desencadenado en el bosque.

—¡Maldito seas, Endegal! —exclamó dando un fuerte puñetazo en la mesa—. Explícanos cómo demonios saliste ileso del ataque.
Las expresiones de ambos eran ya de desesperación. Llevaban largo rato hablando de lo mismo.

Las vestiduras de Brunelder eran más sofisticadas que la de los soldados rasos. Sólo la mitad izquierda de sus ropas era azul. La otra mitad era blanca, y en esta parte, la cabeza de unicornio estaba bordada en azul. Líneas horizontales decoraban el final de las cortas mangas y una capa de raso azul oscuro remataba con extraños reflejos su majestuoso vestuario.

—Lo he repetido mil veces —reiteraba Endegal con voz cansina, cansado de que nadie le comprendiera—. Simplemente creí que ellos defendían su territorio, y yo no hice nada para que me atacaran. Sus primeras flechas fueron simples avisos. Luego se vieron obligados a herir a los dos soldados que se internaron. Frente al ataque inminente de nuestros hombres, tuvieron que matarlos o herirlos de gravedad.
—Dices que era su territorio, pero, ¿no es nuestro ese bosque? —le replicó el Capitán de la Guardia de Tharlagord.
—El bosque no pertenecía a ningún reino —le respondió—. Era territorio salvaje. Mi teoría es que mientras nosotros avanzábamos las fronteras por el este, Fedenord lo hacía inesperadamente por el interior del bosque. Pero no como nosotros, con la tala de árboles, sino instalándose en él.
—¿A sí? No me digas...
—Ellos han seguido otra estrategia. Se han internado en el bosque y han hecho de él un campamento enorme. Tienen una gran habilidad para esconderse entre los árboles y son excelentes tiradores con el arco. Han hecho del bosque una fortaleza inexpugnable.
—Pareces estar de su parte... —le provocó Brunelder.
—Simplemente admiro su visión estratégica —admitió Endegal—. La batalla de ayer lo dice todo. No sufrieron ninguna baja. Ni siquiera llegamos a verles. En cambio nosotros...
—¡Nosotros las sufrimos todas! —le interrumpió violentamente—. ¡Todos cayeron menos tú, que ni siquiera estás herido! ¿No es eso una señal indudable de que huiste de la batalla como un cobarde y te escondiste dejando a los nuestros a merced del enemigo? —le recriminó—. ¿O acaso eres un traidor y salvaste el pellejo a cambio de información?
—¡No! ¡Yo simplemente no hice nada! ¡Intuí que era inútil luchar contra ellos! —se defendió Endegal.
—Entonces afirmas que no hiciste nada —dedujo Brunelder—. Nada, salvo ver a tus compañeros y a mis soldados caer como moscas —dijo con tono suave, para luego subir el tono en sus siguientes palabras—: ¿No es así, maldito bastardo? —gritó con más fuerza, y prosiguió de igual modo mientras veía el efecto que sus palabras hacían sobre el aturdido Endegal—. ¿O no es ésa la actitud de un cobarde? ¿No crees que posiblemente sin tú saberlo, dejaste morir a tu padre?
—¡Mi padre no se encontraba entre los leñadores! ¡Mi padre lleva años muerto!

03. Cuestionado

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Apretaba los dientes y fruncía el entrecejo. No entendía por qué todo el mundo se dedicaba a criticar y a humillar a los demás. ¿Acaso no estaban todos en el mismo bando? En su caso concretamente, estaba más que harto de que le insultaran a él y a su madre poniendo en duda su honorabilidad. Su mirada esmeralda atravesaba al Capitán de la Guardia con un brillo de furia contenida, pero Brunelder sabía que esa continencia era tan frágil como el vidrio, y él estaba dispuesto a romperla.

Brunelder acercó su cara a la de Endegal, que estaba sentado en una silla y le gritó:
—¿Sabes lo que yo pienso? ¿Sabes lo que piensa toda la gente de Peña Solitaria? ¡Que eres un cobarde! ¡Un maldito bastardo, cobarde y traidor!
Tras decir estas palabras, Brunelder le propinó un codazo a la cara que hizo caer de espaldas. La silla emitió un sonoro crujido al chocar contra el entarimado.
Apenas tocó el suelo y el joven Endegal ya se había levantado. Con los puños cerrados y la nariz sangrante, miraba a Brunelder con un odio inmenso.

—Estás molesto, ¿verdad? —le provocó Brunelder—. Sí, lo veo en tus ojos. Te gustaría matarme ahora mismo, ¿me equivoco?

Brunelder iba paseándose, rondando a Endegal, cual lobo con su presa, mientras esperaba una respuesta. Pero éste únicamente se limitaba a mirarlo fijamente a los ojos. No dio rienda suelta a sus impulsos que Brunelder había adivinado, ni tampoco dejó que palabra alguna manara de sus propios labios. Ya había sido testigo en incontables ocasiones de lo que podría ocurrir si le proporcionaba una excusa a un soldado de la Guardia. No quería averiguar lo que ocurriría si desafiaba al Capitán Brunelder.

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—Me ha dicho tu instructor de esgrima —continuó el Capitán— que eres muy bueno con la espada. También me han contado el incidente de hace días con uno de mis soldados, muchacho. ¿Sabes una cosa? Tengo entendido que Debhal... ese amigo tuyo —dijo con sarcasmo—, es también bastante bueno. Aunque él, por lo menos, pone todo su empeño en entrar en las filas de mi ejército. Sin embargo tú, con tu actitud cobarde y ensalzando al enemigo... —dejó la frase sin terminar, pero le dio a entender que no se estaba ganando un puesto en las tropas tharlerianas, precisamente—. ¿Quieres hacerme una exhibición de tus habilidades, muchacho? —le sonrió, pero Endegal continuaba mirándole impasible.
—¿No quieres la oportunidad de atravesarme con la espada?
Endegal apretaba los dientes sin apartar su mirada del Capitán. Claro que lo deseaba, ¿pero qué pretendía Brunelder? Intentarlo sería un suicidio para él y para su madre.
—Teniente, por favor —dijo Brunelder cuando se giró hacia uno de los soldados de la Guardia que estaban presentes en la habitación—. Déle su espada a este malnacido —ordenó.

El teniente desenfundó su espada y se la arrojó a los pies del joven. Endegal sólo desvió unos instantes sus ojos hacia abajo para observar la espada y volvió a atravesar con su mirada al Capitán del Ejército de Tharlagord.

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—Vamos... Es tu oportunidad —le dijo. Se volvió hacia sus soldados y dijo para el público en general—: Que quede claro a los presentes que si este bastardo logra matarme, quedará libre de toda culpa o castigo —todos asintieron ante aquellas palabras—. ¿Y bien? —preguntó volviendo a mirar al muchacho, esperando respuesta.
Pero Endegal con un movimiento de pie elevó lo suficiente la espada del suelo como para cogerla con la mano y se abalanzó sobre Brunelder. Éste desvió el ataque con suma facilidad con un movimiento lateral de su espada. Endegal volvió a la carga, asestándole un golpe descendiente directo a la cabeza, a lo que el Capitán respondió parando el ataque con su espada en horizontal. Brunelder empujó entonces a Endegal con tal fuerza, que éste chocó de espaldas contra la pared. Fue entonces cuando realmente se dio cuenta de que Brunelder era mucho más alto y corpulento que él, y que tenía más fuerza. Hubo un intercambio de estocadas y esquives, hasta que Endegal arrinconó contra la pared al Capitán. Los aceros quedaron cruzados entre ellos dos, y sus caras apenas distaban un palmo.

—Eres bueno... —le alabó Brunelder bufonamente—. ¡Pero sigues siendo un perro cobarde y apestoso!
La diferencia de fuerzas era aplastante. Volvió a empujarlo y esta vez lo derribó. Endegal cayó al suelo tres metros más atrás.

03. Cuestionado

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El fornido Brunelder cargó de nuevo con fuerza, pero el joven tendido en el suelo, se levantó a una velocidad pasmosa. Los aceros volvieron a encontrarse. En ese momento comenzó una ráfaga de estocadas y molinetes por parte del Capitán, de las que Endegal sólo podía defenderse con bastantes apuros y retroceder. Pronto comprendió que no encontraría ninguna brecha en las defensas del Capitán. Haría bien centrándose en su propia defensa. Quedó demostrado que Brunelder no había llegado a Capitán de la Guardia por casualidad, pues una estocada hincó la espada de Brunelder en el hombro izquierdo de su rival. Endegal hizo una mueca de dolor, pero su orgullo le impidió soltar gemido alguno. No obstante, contestó con una lluvia de estocadas similares a las que su oponente le había regalado instantes antes.

Pero a diferencia de Endegal, Brunelder no retrocedía ni un paso. Parecía controlar la situación, aguantando y esquivando los ataques del enfurecido muchacho con suma facilidad. Cuando a Endegal le pareció vislumbrar una oportunidad de alcanzar el cuerpo de su adversario, le lanzó una estocada hacia el costado derecho. Brunelder anticipándose a su movimiento adelantó su pie izquierdo y pivotó. Durante medio segundo la capa azul marino ondeó ante la visión de Endegal mientras su enemigo se situaba detrás de su propia espalda. Acabando Brunelder su movimiento giratorio, efectuó un mandoble que rasgó la espalda de Endegal en una perfecta diagonal.

03. Cuestionado

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Tambaleándose, con su vestimenta sangrante y hecha harapos, Endegal se apoyó sobre la mesa quedándose por primera vez de espaldas al Capitán de la Guardia de Tharlagord.
Endegal cogió aire y se giró, embistiendo a su oponente con todas sus fuerzas. Con medio giro Brunelder se situó lateral a la trayectoria del muchacho, y con un golpe contundente hacia abajo y contra la base de la espada que manejaba el joven, lo desarmó. Al no encontrar la oposición frontal de su rival, el impulso que llevaba hizo que Endegal trastabillara hasta casi perder el equilibrio. Cuando consiguió aferrar sus pies de nuevo al suelo giró la cara y se llevó de pleno el impacto de la empuñadura de la espada del Capitán sobre su mejilla. Cayó al suelo y una nube negra lo envolvió... y todo quedó en un absoluto silencio.


§

Un frescor húmedo dio paso a un leve escozor en la mejilla que le despertó de las tinieblas. Entreabrió un ojo y vio una mancha borrosa que poco a poco se fue convirtiendo en el perfil de su madre. Observó sus ojos lagrimosos a la luz de la candela; había anochecido y se encontraba a salvo en su casa.

—Sufro por ti, hijo mío... —le decía su madre—. Siempre he intentado mantenerte alejado de los problemas... Pero veo que mis esfuerzos han sido en vano.
—Madre, yo... —intentaba excusarse Endegal mientras se incorporaba dolorosamente.
—Tampoco es culpa tuya, Endegal... Arkalath lo sabe. —Darlya continuaba limpiando las heridas del cuerpo de Endegal con un paño húmedo—. Ambos sabemos que no se puede razonar con esos brutos. Esperan la mínima oportunidad para buscar pelea. Ahora que la Gran Empalizada impide los pequeños altercados con Fedenord, no tienen más remedio que descargar sus iras con nosotros. Lo que más me duele —prosiguió— es que incluso nuestra propia gente se divierte con todo esto. Se mofan del perjudicado y rezan para que cuando les toque a ellos puedan presumir de que lo suyo no fue tan duro como lo que le sucedió a su vecino. Olvidados han sido ya aquellos tiempos en los que sólo nos preocupábamos de las incursiones de los orcos. Pronto cada cual se fue procurando lo mejor para sí, sin tener en cuenta las repercusiones que pudiera tener para el resto. Inevitablemente surgieron las envidias y las conspiraciones. De alguna forma este odio creciente llegó a la Corte. Incluso el mismísimo Rey Emerthed, a su vejez más avanzada, pareció caer en esta maldición.

03. Cuestionado

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Según las palabras de Darlya, el actual rey, se había vuelto más cruel y despiadado, y que incluso ella misma, había llegado a sentir ese odio hacia sus congéneres.
—Por eso te digo —concluyó—, que no es culpa tuya todo lo que nos está pasando. Es en verdad la propia gente del reino la culpable. Están demasiado ensimismados en sus propios problemas y en esos rumores de guerra.
—¿Cómo hemos llegado a esto, madre?

Ella apretó los labios y lo miró conteniendo las lágrimas; de pronto una parte de su vida había venido a la memoria; un capítulo de su vida que prefería olvidar, pero que por otra parte no se arrepentía lo más mínimo de haberlo vivido.
—No lo sé, hijo mío. Nos estamos volviendo poco a poco más crueles y despiadados, aunque a nadie parece importarle.
Endegal la cogió de ambos hombros y respondió totalmente convencido:
—Nosotros no, madre. Nosotros no.

Continuaron la conversación durante la cena acerca de lo que había ocurrido ese mismo día, hasta que oyeron unos ruidos extraños en una de las habitaciones. Darlya asió un cuchillo y entró en la oscura estancia imaginando lo peor. Advirtió que alguien estaba tras la ventana, la cual quedaba detrás justo de la fachada de la casa. El intruso la estaba abriendo. Darlya se maldijo a sí misma por haber olvidado correr aquel pasador. Se acercó con prudencia a un lateral de la ventana, con la espalda pegada a la pared y el cuchillo bien elevado, dispuesta a clavarlo en el cuello o la espalda de aquel rufián. Podría ser Antebhal. O peor: alguien de la Guardia de Tharlagord arrepentido de haber dejado a su hijo con vida, y aprovechar ahora que estaba débil para rematarlo. La sombra se asomó al interior de la casa. Darlya, dudando entre matar o herir a aquel intruso, tuvo el tiempo justo para oír los gritos de su hijo Endegal a tiempo.

03. Cuestionado

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—¡Quieta madre! ¡No lo hagas! —gritó.
El cuerpo del intruso estaba ya casi dentro, pero se inmovilizó al oír el bramido del joven y percibir que tenía a la madre de éste con los ojos desorbitados y blandiendo una reluciente hoja que amenazaba con acuchillarle la espalda.
—Ahora, Arolgien, entra despacio... —dijo Endegal con calma.
Endegal se acercaba poco a poco desde fuera de la habitación, con un caminar torpe aún por su cuerpo entumecido y con la cuerda de su arco de prácticas de tiro bien tensada.
—Y explícanos a qué viene esta intrusión en nuestro hogar —continuó.

Arolgien estaba perplejo. ¿Cómo le había reconocido Endegal? Estaba a oscuras y se encontraba fuera de la habitación. Entró con sumo cuidado, controlando por el rabillo de ojo los movimientos de Darlya. Se levantó y se alisó nervioso las arrugas de su ropa. La situación era realmente incómoda.
—¡No he venido a robaros, os lo juro! ¡Ni siquiera voy armado!
Sus explicaciones parecían convincentes, pero ni la madre ni el hijo soltaban sus respectivas armas.
—¡El asunto que aquí me trae es de suma importancia! —dijo en su favor.
—¡Debe serlo cuando has intentado entrar a escondidas! —inquirió ella.
—Déjale hablar, madre.

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Arolgien cogió aire y empezó a explicarse:
—Ha habido una Asamblea extraordinaria esta tarde —les dijo—. Han asistido todos los supervivientes del ataque del bosque, algunos soldados, el Portavoz del pueblo y por supuesto el Capitán de la Guardia. Todos han dado su versión de los hechos. ¡Yo hablé en tu favor, Endegal, te lo juro! ¡Les dije que la catástrofe era inevitable! Pero entonces intervino Debhal, diciendo que tú nos impediste salir tras los fedenarios. —Interrumpió aquí el relato como si el final fuera previsible.
—¿Y? —le instó Endegal a proseguir.
—Tu reputación como aldeano ejemplar ha sido cuestionada... Mañana se convocará un juicio en tu contra. ¡Por Arkalath! ¡Se te acusará de desertor y traidor! Y lo peor está por venir. Cuando ha acabado la Asamblea de esta tarde y todos marcharon, he escuchado por fortuna una conversación a escondidas entre el Capitán de la Guardia y el Portavoz del pueblo. ¡He oído que tu suerte ya está echada! ¡Vas a ser condenado a muerte sea cual sea el desarrollo del juicio!

Arolgien miró a sus interlocutores para ver su expresión y luego habló con más calma:
—Por eso entré por la ventana —se excusó—. Espero que nadie me haya visto. Si alguien ha sido alertado de mi presencia aquí y sabe que he venido a avisarte... —concluyó asustado. Un sudor frío le recorrió el cuerpo sólo de pensarlo.
—Muy bien, de acuerdo, Arolgien —le dijo Darlya—. Te damos las gracias por tu valentía y honestidad. Ahora vete a tu casa con más prudencia que con la que aquí llegaste.

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Darlya le agradeció aquel gesto de amistad a Arolgien, pues en esos tiempos de inseguridad y rencores, el correr semejante peligro para salvar a otro era más extraño que ver a un orco cuidando un jardín. Además, hacía tiempo que no oía a nadie invocar a Arkalath, el Dios benefactor y protector de esos reinos. Quizás Arolgien todavía se resistía a sucumbir bajo la ola de odio creciente, al igual que ella y su hijo.

Arolgien asomó la cabeza por la ventana, oteó para asegurarse de que nadie le veía y salió por donde había entrado con el máximo sigilo que su tembloroso cuerpo le permitía. Darlya agarró con fuerza la cabeza de su hijo con ambas manos, la encaró a la suya, le miró a los ojos y le dijo:
—Debes marcharte, Endegal. ¡Ahora! —Su hijo comprendió que no era una recomendación. Era una orden.
—Pero madre, ¿adónde podría ir? Al sur está Fedenord, y al norte la ciudadela de Tharlagord. En cualquier poblado vecino me encontrarían, y al noroeste, si es que consigo salir de Peña Solitaria, está el desierto de piedra. Todo el mundo sabe que nada con vida se adapta a esas condiciones. Ni siquiera hay árboles, sólo insectos y musgo en las orillas del Earún y el Río Curvo que...
—¡No pretendo que cruces el desierto de piedra, hijo! —le interrumpió—. Sólo podrías hacerlo con una piragua, y dadas las circunstancias, no creo que llegaras con vida hasta ninguno de los dos ríos.

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Darlya rebuscó en un viejo arcón. Metió la mano hasta el fondo y localizó un pequeño bulto envuelto en una delicada tela verde. Lo abrió y se percibió el reflejo plateado de un colgante con su cadena del mismo material.

—Quizás debí obligarte antes a abandonar Peña Solitaria —confesó ella—. Creí que podría protegerte si estabas cerca de mí, pero ahora que es inevitable me doy cuenta de que retenerte aquí fue un error. Un error que nunca me perdonaré si te matan. Nada más puedo hacer por ti que guiarte hacia tu verdadero destino del que siempre he evitado hablarte.
—¿De qué me hablas, madre? —preguntó Endegal, todavía absorto.
—Irás al Bosque del Sol —le dijo—. Y llevarás esto contigo.
Le colocó el colgante en el cuello. Era un disco plateado, en el que estaba grabado en relieve un árbol. Encima de éste había un pedazo circular de ámbar. Endegal enseguida comprendió que simbolizaba al sol. En la zona más exterior del disco plateado se podían apreciar unas extrañas grafías que lo rodeaban; una especie de runas arcanas, un alfabeto ininteligible para él.
—¿Al Bosque del Sol? ¿Por qué debería...?
—Al Bosque del Sol... —le interrumpió su madre—. ¡Exacto!

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Si no la conociera, Endegal hubiera jurado, por la expresión de su rostro, que su madre estaba completamente loca. Sus ojos desorbitados y el tono apremiante de sus palabras eran propios de una persona que no estaba del todo en sus cabales. Pero muy bien podría ser también la expresión de una madre desesperada, y así lo entendió Endegal.

—¡Debes marcharte ahora! —le apremió ella—. Este colgante me lo dio tu padre. Él vivía en el Bosque... él era un hombre de los bosques. Debes llevar este colgante bien visible, Endegal. Y reza para que ellos lo reconozcan a tiempo. Es tu única oportunidad. Los visitantes ajenos al Bosque hoy día no son bien recibidos. Si llegas a conocerles en vida, cuando pregunten tu nombre, debes decirles que eres Endegal, hijo de Galendel.
—Galendel... —murmuró atónito. Era la primera vez que oía el nombre de su padre—. ¿Un hombre de los bosques? ¿Y por qué...?
Pero de nuevo su madre no le dejó terminar.
—Tendrás tus respuestas a su debido tiempo. ¡Ahora no puedes permanecer mucho más aquí! Aprovecha la oscuridad de esta noche sin luna para huir. Puede que ellos te cuenten lo que desees saber o puede que no... En todo caso no hay alternativa, hijo mío. Debes partir ahora mismo.
—¿Y dejarte aquí? —No le gustaba esa parte del plan.
—Mi lugar está aquí, hijo mío. Yo no sería bien recibida allí donde vas. Además, Brunelder sólo quiere tu cabeza, no la mía, y yo no resistiría a esta huida. Sería un estorbo para ti, hijo mío, pues sabes que después del incidente los turnos de vigilancia nocturna se han duplicado. Es más fácil escapar uno solo. Y no... —titubeó—. Yo no podría salir de esta aldea convertida en prisión. ¡Vete ahora!
—¿Y cómo les encontraré, madre? Fedenord ha tomado el bosque. ¿Qué ruta debo seguir?
—Ve hacia el sur. Ellos te encontrarán.
—¡Madre, no puedo dejarte aquí! Tienes que contarme aún muchas cosas...
—Sólo necesitas saber que tu padre y yo siempre nos quisimos, a pesar de las habladurías y malas influencias de algunos. Solamente necesitas saber eso y que siempre te tendré en mi corazón estés donde estés.
—¡Adiós pues, madre!
—¡Que Arkalath te proteja, hijo!

03. Cuestionado

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Y Endegal salió de la casa donde se había criado y vivido hasta entonces. Había cogido su arco, el carcaj con veinte flechas, un cuchillo, un mendrugo de pan y algo de fruta. Apretó fuerte el colgante plateado sobre su pecho, pues en él encontró la fuerza de su padre, y giró la cabeza para ver por un instante, no sabía si por última vez, a su madre. Al ver sus ojos vidriosos en la oscuridad, Darlya no podía recordar cuál fue la última vez que vio llorar a su hijo. Cayó en la cuenta de que así era porque Endegal nunca lo había hecho, ni siquiera al nacer. Aún le llegó a sus oídos, un murmuro desde la oscuridad, salir de la boca de su hijo:

—Juro que volveré y te sacaré de aquí.

03. Cuestionado

“Demonios blancos” y la portada del presente libro son obra de Víctor Martínez Martí y se encuentran bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Para ver una copia de esta licencia, visita http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/.

By Víctor Martínez Martí @endegal